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Actualizado: 25 de junio de 2025


Pero con frecuencia me mostraba brusco y chabacano; juraba y echaba pestes en torno de ella sin acordarme de que me bastaba alzar la voz para hacerla estremecer y que el menor pliegue que arrugaba mi frente, la hacía palidecer. ¡Ve ahí, delante de nosotros, ese cuerpo que no tiene más que el aliento, y mírame a , gigante rudo y tosco!

Atrajo de pronto su atención un nombre impreso á la cabeza de un breve artículo. La sorpresa le hizo palidecer, al mismo tiempo que se contraía algo dentro de su pecho. Volvió á deletrear el nombre, temiendo haber sufrido una alucinación. No era posible la duda; estaba bien claro: Freya Talberg. Tomó el diario de las manos de su contertulio, disfrazando su impaciencia con un gesto de curiosidad.

¡No, no! exclamó con sobresalto . Estate quieto... Si te movieses ahora me harías mucho daño... La gran mancha de plata se extendía cada vez más por el ámbito del océano, pero empezaba a palidecer.

Se avergonzaba al recordar que en los primeros momentos había hecho responsables de la guerra á los patriotas exaltados de su país... ¡Qué perfidia, metódicamente preparada con largos años de anticipación! Los relatos de saqueos, incendios y matanzas le hacían palidecer, rechinando los dientes.

La fiebre devorante del amor, que es la vida de los fuertes, lo dominaba. Cada día amaba más a María Teresa; ella lo sabía, y, sin embargo, dentro de algunas semanas sería la mujer de otro... Este tenaz pensamiento hacía palidecer su semblante, y daba a su mirada una expresión singular.

A veces un remolino de polvo y de briznas, junto a alguna chimenea, le inquietaba. Hubiérase dicho que un miedo mudo hacía palidecer todas las cosas, la teja, la ventana cerrada, el árbol de los patios. Algunos campesinos bajaban presurosos hacia la Puerta de Don Antonio Vela, acuciando sus machos y borricos.

Por la tarde, en la Bolsa circuló una noticia que hizo palidecer a todos los protegidos de don Ramón Morte. En vez de cumplirse los vaticinios de éste, el alza continuaba su carrera triunfal, ganando nuevos escalones y arrollando las mermadas fortunas de los que osaban ponerse enfrente de ella.

Levemos el ancla de popa dijo el Capitán . El viento sopla del Este, y pondremos la proa hacia la salida de la bahía. Van-Horn subió al castillo para examinar antes la posición del ancla; pero a poco se le vió palidecer y hacer un gesto de furor. ¡Capitán! exclamó con voz descompuesta. ¿Qué ocurre? preguntó Van-Stael. La cadena está cortada y el ancla perdida. ¿Cortada? ¡Imposible!

Si no querías hablar, ¿para qué viniste entonces? Dios sabe cómo ese pensamiento de doble filo vino a mi espíritu de joven aturdida. Sentí confusamente que al pronunciar esas palabras cometía un acto de crueldad, pero... ya era tarde. Vi palidecer su rostro, sentí que su respiración ardiente se exhalaba en un suspiro. Soy un hombre de honor, Olga murmuró entre dientes; ¿para qué atormentarme?

Un año después estaba la joven empleada delante del aparato Morse, que tan rudamente le había martirizado el corazón, y transcribía sin palidecer un telegrama de Roma, donde era entonces Raúl secretario de la embajada, dirigido al señor Neris, retenido en Candore por un ataque de gota. «Mi querido tío: eres abuelo de una hermosa niña

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