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Y estrechaba las manos de la joven, que, aturdida por las palabras de Gabriel, no sabía qué decir y lloraba dulcemente. Arriba, en el piso alto de las Claverías, seguía sonando el armónium del maestro. Luna conocía aquella música. Era el último lamento de Beethoven, el «es preciso» que cantaba el genio ante la muerte con una melancolía que causaba escalofríos.

Lucía quiso hablar; pero parecíale que un dogal muy suave, de seda, se ceñía a su garganta, estrangulándola cada vez más. De improviso la soltó Artegui; ella respiró, adosándose a la pared, aturdida.... Cuando miró en torno, no estaba en la habitación sino Gonzalvo, que leía entre dientes el telegrama, olvidado por su dueño sobre la mesa.

Y luego que se acercó tomándole una mano entre las dos suyas amarillas, descarnadas, exclamó mirándola con fijeza terrible a los ojos: ¡Me muero, hija, me muero! ¿No es verdad que lo sientes?... ¿por lo menos que no te alegras? ¡Oh, mamá! que no te alegras insistió con ansiedad sin apartar su mirada de los ojos de la joven. ¡Mamá, por Dios! exclamó ésta aturdida y aterrada a la vez.

Pasa segunda vez el umbral, se detiene, mira, da unos cuantos pasos con recelo.... La vecindad me engaña sin duda, decia para la aturdida mujer. Por fin, medio balbuceando, entera á uno de los criados del objeto que la llevaba, y la hacen entrar en un gabinete. Alfombras, cortinajes, dorados, tremoles.... ¿Que es esto? exclamaba la verdulera.

Parece que duele ahí repuso la Esfinge, bajando otra vez la mirada a su calceta , y sólo con el supuesto. ¿Cómo será el dolor cuando los hijos se mueran de veras! ¿Le ha sentido usted, a lo que veo? se atrevió a decir la marquesa, medio aturdida bajo el peso de aquel inesperado incidente promovido por tan extraño ser.

Pero cuando más desesperanzados estaban, he aquí que Consuelo, aquella niña aturdida y resuelta que hacía poco se había encaramado en un árbol, habla al oído a una compañera y luego se adelanta y dice, con espanto de sus compañeras: Yo me subo. Ayúdenme ustedes. Un grito de entusiasmo acogió estas sencillas palabras.

Estoy cierto, sin embargo, de que tenía en la mente alguna maldad contra o contra Luciana... probablemente contra Luciana, que es demasiado hermosa para no suscitar muchas envidias. Creo que no hay para qué atormentarse por los dichos de esa aturdida de Sofía Jansien; y, con todo, aquella conversación me ha preocupado. Elena al Padre Jalavieux.

Pero con motivo de condenar su mala lengua, corría de boca en boca, el asunto de sus murmuraciones vagas y cobardes. Obdulia meditaba poco lo que decía, hablaba siempre aturdida, por máquina, pensando en otra cosa; iba sacándole filo a la calumnia sin sospecharlo.

Y aunque de cierto que ésta no es vía Para arribar al centro que aspiramos, Sino que á un mal despeñadero guía; Pero, amigas, amemos y vivamos, Mientras la edad por mozas nos declara, Que después querrá el cielo que seamos Lo mismo que ayer fué la Baltasara. Con esto dió Menguilla fin al garlo, Y la Maufla quedó tan aturdida Como alegre y gozosa de escucharlo.

Abrumó a Amparito con abrazos asfixiantes y besos y lagrimones, que la arrebataron una parte del colorete; y después de esta molesta expansión, que dejó aturdida a la niña e hizo torcer el gesto a doña Manuela, dejóse caer de golpe en una silla, que crujió tristemente bajo las gigantescas posaderas.