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La digna esposa de Infanzón también estaba cansada, aburrida, despeada, pero no aturdida. Hacía más de una hora que no oía palabra de cuanto hablaba aquel charlatán, sin vergüenza, libertino. «¡Oh, si no fuera porque su marido todo lo consideraba inconveniencia y falta de educación! ¡Si no fuera porque estaban en la casa de Dios!... Estaba escandalizada, furiosa. ¡Bonito papel iban representando ella y el bobalicón de su marido! Le había hecho señas, pero inútilmente.

¡Y si ella lo quisiera!... ¿Lo querría? Nébel, para dilucidarlo, confiaba mucho más que en el ramo de su pecho, en la precipitación aturdida con que la joven había buscado algo para darle. Evocaba claramente el brillo de sus ojos cuando lo vió llegar corriendo, la inquieta espectativa con que lo esperó, y en otro orden, la morbidez del joven pecho, al tenderle el ramo. ¡Y ahora, concluído!

La condesa lo miró un momento en silencio, como aturdida por la noticia. ¿Huyó? ¿El aya ha huído durante la noche del castillo? murmuró . ¿Por qué? ¿Qué queréis decir? Se aproximó a Mathys con expresión de cólera contenida y preguntó con voz severa: Ha huído con nuestro secreto, ¿habéis dicho, señor? ¿Qué significa esto? ¿Habéis sido lo bastante indiscreto para confiárselo?

Es únicamente para hacer reír a usted... tía... ¡Mira que la cosa no me causa risa!... vamos, y la señorita de Chalvin... un poco aturdida quizás... ¡pero tan elegante, tan encantadora!

Al entrar en Alemania empieza á sentirse ya el ruido de las prensas que gotean libros, el vuelo de los ilustrados periódicos que circulan: empiezan á verse graves fisonomías que el estudio y solo el estudio plega; no el tumulto político como en otros paises, no la aturdida existencia como en los mas.

; me lo ha dicho... Digo, no, decírmelo, no... pero lo he adivinado por ciertas cosas... por algunas palabras indirectas.... Doña Paula estaba aturdida y sofocada. Afortunadamente, Cecilia no podía observar bien el color encendido de sus mejillas. Desearía saber qué palabras fueron ésas manifestó la joven con firmeza. ¡No me lo preguntes, hija de mi alma! exclamó la señora rompiendo a sollozar.

Aturdida, la marquesa no contestaba, en efecto, porque ninguna respuesta tenía aquella lógica observación, tan oportuna e inesperada. La Villasis, compadecida de la angustia de su amiga, acudió al punto en su auxilio.

La montonera, aturdida, envuelta por todas partes, con el ejército a su frente, a sus costados, a su retaguardia, tuvo que dejarse coger en la red que se le había tendido, y cuyos hilos se movían a reloj desde la tienda del general.

Finalmente retrocedieron los nuestros, y por esto, animándose el enemigo, salió de la fortaleza, en número de 200, trayendo consigo dos piezas: por lo cual, aturdida la gente, comenzó á desparramarse, y dejó por despojos al enemigo el mayor cañon que tenia.

Acabaréis de una vez gritó la señora de Bruinsteen . Ya habéis dicho vuestra última palabra en Orsdael. Vamos, ¿queréis marcharos? ¿ o no? Y como Marta siguiera de rodillas y llorara tendiéndole los brazos, se puso de pie violentamente, la empujó rabiosa y le dió como adiós un golpe tan violento, que la pobre Marta se golpeó contra la pared y permaneció un instante aturdida.