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Actualizado: 14 de julio de 2025


Siguió sentada en la silla y con la sien pegada al cristal, aturdida, llena de confusión y vergüenza como si ella fuese la culpable. Al cabo de algunos minutos, estando con la mirada fija, atónita, en el parque vió correr otra sombra con extraña velocidad hacia la casa. No pudo reprimir un grito de espanto. Quedó en pie como si la hubieran alzado con un resorte.

Siempre que D. Juan daba noticia somera de las mermas de la hacienda a su aturdida sobrina, exigía que Bonifacio estuviese delante; era inútil que Emma y el mismo Reyes quisiesen excusar esta ceremonia. El todo que había de presenciar por fuerza ese, no era nada; allí no se podía ver cosa clara, y aunque se pudiera, no la vería Reyes, que ni siquiera miraba.

Yo andaría por aquellos salones azorada, aturdida, llena de vergüenza.

Desde entonces se observó que la jovial y aturdida Antoñita era la predilecta del doctor y que ella y no Magdalena poseía el privilegio de decirle cuanto le venía en gana.

Al llegar á Rouxmesnil, Herminia, que no había estado allí más que dos veces con la señorita Guichard y llevaba los ojos hinchados de llorar, la cabeza aturdida por el insomnio y el corazón oprimido por el pensamiento de la pena que debía experimentar Mauricio, creyó que entraba en una prisión. Las maderas cerradas hacían reinar una oscuridad húmeda en todas las habitaciones.

La hija mayor levantó la tapa del instrumento, quedando al descubierto el blanco teclado, semejante a la dentadura de un monstruo. Sus dedos, larguiruchos y extremadamente abiertos por un continuo ejercicio, corrieron sobre las teclas, produciendo complicadas escalas. ¿Y , no tocas? preguntó don Juan a Amparo. Nada, tío. El profesor dice que soy demasiado aturdida, y me ha declarado incapaz.

Era la toquilla de la casa, la señorita aturdida que aprende de todo sin saber hacer nada; la que por la calle no podía ver una figura ridícula sin estallar en ruidosa carcajada; la que tenía en sus gustos algo de muchacho y aseguraba muy formal que sentía placer en hacer rabiar a los hombres; la que se escapaba a cada instante del salón, para ir a la cocina a charlar con las criadas, gozando en ser su amanuense, sólo por intercalar en las cartas al novio soldado terribles barbaridades, con las que estaba riéndose toda una semana.

La carta llegó sin contratiempo a poder de Gregoria, que se pasmó de tal proyecto, quedando aturdida y sin saber qué hacer; vinieron a las manos su pudor y su cariño, el deber filial y su conciencia, y en esta lucha y en este sobresalto estaba, cuando llegó la hora de sentarse a la mesa. Anochecía.

Hizo retroceder con un empellón á Watson, y éste sólo se preocupó de Celinda, levantándola del suelo y llevándosela al otro lado de los matorrales más próximos. La joven, aturdida aún por su caída, se pasó las manos por los ojos, sin reconocer al norteamericano. Tenía varias desolladuras en los brazos y en el rostro que manaban sangre.

¿Cómo representarnos la figura de esa mujer ante la justicia, sino representándonos una mujer vestida de luto, que baja los ojos, que tiembla, que no puede hablar y que despues se muere de dolor? ¿Cómo concebimos la idea de esa hija que arrastra serena la mirada aturdida de su padre; que le pide, que le provoca, que le acusa, que le denomina usurpador de su trabajo: cómo concebir la idea de esa hija, repito, sin concebir la idea de una sierpe ó de un tigre?

Palabra del Dia

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