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Si el niño muere después de recibir el agua, se le coloca en una bandeja, se le rodea de flores y en vez de lágrimas hay la fiesta del diariuhan. Si en el hogar nacen un sinnúmero de fiestas no nacen menos en un Tribunal.

Todo es equivalente, salvo que Hannele no toma antes ningún elixir; se remoja sin precaución y muere. Pero no divaguemos y digamos algo del maestro de Palmira, que, en punto á extravagancia, echa á Hannele la zancadilla. El drama de Adolfo Wilbrandt parece fundado en el budismo esotérico, que hoy priva y está en moda bajo el nombre de teosofía.

Pasaría por esta tierra semejante a una pobre criminal a quien se lleva a la muerte, eternamente torturada por el temor de descubrirme a sus ojos y, a pesar de eso, llena del deseo de gritar mi falta al mundo entero. ¡Cómo podría dormir en ese lecho que he deseado ver que mi hermana abandonara para bajar a la tumba! ¡Cómo vivir entre esas paredes en que todavía están inscritas en letras de fuego esas palabras: «Oh, si ella muere

Sólo que las estrellas no son niñas, por supuesto, ni flores de luz, como parece de aquí abajo, sino grandes como este mundo: y dicen que en las estrellas hay árboles, y agua, y gente como acá: y su papá dice que en un libro hablan de que uno se va a vivir a una estrella cuando se muere. «Y dime, papá», le preguntó Nené: «¿por qué ponen las casas de los muertos tan tristes?

Hágame usted la novela de un repatriado, que se muere de inanición en este cochino país, dominado por los jesuítas. Tome usted a cuenta estos cuatro duros. Pero eso va a resultar un sapo... Yo no siento ese asunto... Pues, si no le conviene, se marcha enhoramala de la tienda, que tengo mucho tajo. ¡Con esta baraúnda no se puede laborar!...

Lo había leído hace tiempo, y creía que el Sr. García, ya no muy joven a comienzos del siglo pasado, yacería ahora bajo su amada tierra pontevedresa, quizás alimentando con sus despojos algún castaño o algún cerezo. Pero España es el país donde no se muere nunca completamente. Al llegar a Pontevedra uno se encuentra en seguida con el Sr. García, que comienza a hablarle mal de Vigo.

Pedro se apoderó instantáneamente de aquella mano, y poniendo los labios sobre ella, chupó la gota de sangre. ¿Qué haces? Nada, señorita. Si la ha mordido una víbora, no es usted ya la que muere. ¡Qué horror! ¡Quiera Dios que no sea víbora! Gracias, Pedro... Has hecho mal en exponerte... ¡La Virgen del Carmen permita que no sea víbora! No se apure usted.

Después viene lo que un escritor moderno llama «el cuerpo extraño» interponiéndose en nuestra vida nacional: los Austrias que reinan y España que pierde para siempre su carácter y muere.

Fe, perdón, mansedumbre: tal es tu lema; el corazón tu escudo, tu premio el reino de los cielos. Si de la violencia que te hicieren hubieses de morir, muere con valor, mas no con aquella calma que puede ser cinismo, sino con esa serenidad que reflejando el tranquilo fondo del alma, sirve a los demás de un ejemplo que equivale a un consuelo.

El que emprende esos trágicos derroteros, o triunfa o se muere. Casi nunca se adapta a un ambiente mediocre, metódico o «burgués».