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Olvidaba su hambre y el mal tiempo, se dedicó a la imitación de un espía, con tanta habilidad como si fuera un verdadero artista, o como si en realidad estuviese al servicio de la Policía secreta.

Por otro lado, Lope es un artista espontáneo, tan entregado a los azares de su inspiración, que los sucesos de su vida se han encarnado inmediata y directamente en su obra literaria.

Mi madre, que era discreta y callada, o no sabía o aparentaba no saber del San Vicente sino el nombre del autor, su mérito como objeto de arte y la inmediata procedencia por donde llegó a sus manos. De sobra reconocía además, y no lo disimulaba, que el artista había tomado para modelo de su Santo el bello y noble rostro del marqués, marido de ella, y le había retratado con fidelidad pasmosa.

Reyes sabe que una mujer de estas es muy cara, y él no ha de querer arruinarse y arruinar a su mujer por una cómica. Y sin regalos, y de los caros, es ridículo obsequiar a una artista de tales pretensiones. Es usted demasiado discreto».

El lector bosteza, pero ¿qué importa, si el crítico se extasía y se encara con la plebe ignorante que no sabe divertirse? Sin embargo, piensen estos señores lo que quieran, la exactitud no es la primera obligación del artista, sino la de hacer sentir la belleza. Homero no deja de ser el más grande poeta porque pensase que el río Océano rodeaba á la tierra.

Se llevaba lo suyo; no había pedido nada de la herencia de su padre. Leonora era rica; con una delicadeza admirable había rehuido hablar de dinero al discutir los preparativos del viaje; pero él no iba a ser un entretenido, no quería vivir como aquel Salvatti que explotó la juventud de la artista.

El Magistral excusaba palabras, pero no las que aclaraban su proyecto. «¿Qué iba a hacer Petra para poner a la vista del estúpido Quintanar aquella vergüenza? ¿Revelaciones? no podían hacérsele. ¿Anónimos? eran expuestos...». «¡Qué! no señor, nada de eso; ha de verlo él», repetía Petra, olvidada de sus fingimientos, con placer de artista.

Sólo en la edad madura es dado al artista emanciparse de los lazos con que su sensibilidad le ata al mundo fenomenal y adquirir la calma, la perfecta serenidad necesaria para concebir y penetrar en el carácter de sus semejantes. Asimismo deploro el empleo de ciertos efectos de relumbrón que hallarás en algunas de mis obras.

Entre las numerosas imágenes que adornaban su cuarto, la viejecita reverenciaba muy en particular un san Antonio de talla, recuerdo de mi tía y muy milagroso, según fama, pues no había objeto perdido que no pareciese en cuanto le encendían una candela. El santo, obra de un artista ingenuo, habitaba en una urna de hojalata con portezuela de vidrio.

Balbulceaba con una timidez, que impresionó a Leonora, pero a pesar de su turbación, notó un brillo extraño en los ojos de la artista, una veladura misteriosa en la voz, que la transfiguraba. Vamos dijo Leonora bondadosamente; no busque usted esas excusas tan raras... ¿Que venía usted a despedirse sin querer verme? ¿Qué galimatías es ese?