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¡A ver, Anselmo! que venga Anselmo que le voy a tirar por el balcón si no me explica esto. Anselmo compareció. Tampoco había sido él. En medio de su cólera vio Quintanar en un rincón la trampa de los zorros, despedazada, inservible. ¡Esto más! ¡Vive Dios! Yo que iba a dar en cara a Frígilis.... ¡Pero, señor, quién anduvo aquí! Acudió Ana, porque llegó a su cuarto el ruido. Lo explicó todo.

Porque tampoco se lo ha propuesto contestó Ronzal. Don Álvaro observó que Quintanar se ponía colorado. Le había sabido mal la alusión de Foja. «, aludía a su mujer al hablar del Magistral; con él iba la pulla». Lo cierto es continuó el ex-alcalde que nos exponemos a un desaire, como dice muy bien el presidente.

, Quintanar dice bien, esto es el paraíso, ¿qué nos falta a nosotros en él? Según Quintanar, nada más que música.... Oh, pues por música que no quede. Corro al salón a tocar la donna é movile, con el dedo índice, mi único dedo músico. ¡Qué cursi es esto según Obdulia!... ¡Una dama que no sabe tocar el piano más que con un dedo!

Quintanar era inagotable en el capítulo de las quejas y de la envidia pequeña, al pormenor, cuando se trataba de su amigo íntimo, de su Frígilis; se sentía dominado por él y desahogaba la colerilla sorda, cobarde, bonachona en el fondo, en estas confidencias; Mesía era una especie de rival de Frígilis que asomaba; don Víctor encontraba cierta satisfacción maligna en la infidelidad incipiente.

Frígilis y Quintanar pasaron el río en una barca, comenzaron a subir una colina coronada por una aldea de casas blancas separadas por pomaradas y laureles, pinos de copa redonda y ancha y álamos esbeltos.

Don Cayetano, que sabía esto, hizo un simulacro de presentación diplomática en el tono jocoserio que nunca abandonaba. Ellos, la Regenta y el Magistral, habían hablado poco; todo casi se lo había dicho Ripamilán y lo demás Visitación, que acompañaba a la de Quintanar. Doña Ana volvió pronto a su casa. Se recogió temprano aquella noche.

De fijo que si no estoy yo aquí, te consumes todo el día pensando tristezas, y dándole vueltas a la idea de tu Quintanar ausente; 'que por qué no estará aquí, que si es buen marido, que ya no es un niño para no reflexionar'... y qué yo; las cosas que se le ocurren a una en la soledad, estando mala y con motivo para quejarse de alguno».

Y de nuevo guardan silencio. ¿Has visto a la de Quintanar? Hasta ahora no. ¿Y a la de Beleño? Tampoco.

Eran panes prestados: Paco necesitaba que le distrajeran a Quintanar para quedarse como a solas con Edelmira; Mesía, que tantas veces había utilizado servicios análogos del Marquesito, fue a cumplir con su deber. Además, siempre que se le ofrecía, aprovechaba la ocasión de estrechar su amistad con el simpático aragonés que había de ser su víctima, andando el tiempo, o poco había de poder él.

Quintanar, en cambio, le abría los brazos y le estrechaba con efusión, cada día más enamorado, como él decía, de aquel hermoso figurín: ¡qué arrogante primer galán en comedia de costumbres haría el dignísimo don Álvaro! Pero ya que las tablas no le llamasen ¿por qué no se hacía diputado a Cortes?