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Tiene los ojos llenos de lágrimas, y en la boca unos pliegues tentadores, y dentro de la remonísima garganta suenan unos ruidos, unos ayes, unas quejas subterráneas; parece que allá dentro se lamenta el amor siempre callado y en prisiones ¡qué yo! ¡Suspira de un modo, da unos abrazos a las almohadas! ¡Y se encoge con una pereza!

Quería pagar á sus amantes, abrumarlas con sus regalos, verlas como esclavas favoritas cubiertas de joyas. Así era más fácil el rompimiento; podía alejarse cuando quisiera, satisfecho de su conducta, sin emoción ante las quejas y las lágrimas.

Por lo demás, ella estaba habituada. Es triste ser pobre, muy triste. ¡Desearía más bien morir! , doctor decía, dirigiéndose á su vecino, que parecía escuchar sus quejas con una afectación de interés un tanto irónico; , doctor, no es broma: querría más bien haber muerto. Sería una carga menos para todos.

El anciano indígena era el único, antes de la llegada del cura, que dirimía las controversias sobre tierras, a quien se llevaban las quejas de las familias, de consultas sobre matrimonios y sobre asuntos de conciencia, y jamás un vecino tuvo que lamentarse de su decisión, siempre basada en un riguroso principio de justicia.

También expusieron con franqueza las quejas del pueblo filipino contra los abusos y atropellos de la soldadesca, siendo escuchados atenta y benévolamente por los comisionados americanos.

Servíale a su hombre, con el mejor vino que encontraba, y lo miraba mientras él comía disimulando su apetito con nuevas quejas: ¡Esto es una porquería!... Apenas si puede probarse... ¡Es estúpido que no tengas nada mejor, cuando Niní convida con champaña y gallina a Sansón, el hombre de las pesas falsas y de los músculos postizos!

Tres años despues que pasó el emperador á Andalucía, cuentan que al ver lo que se habia destruido dobló tristemente la cabeza y manifestó un profundo sentimiento por haber otorgado su permiso; mas ¿de qué podian servir entonces sus estériles é infundadas quejas? ¡era ya tarde!

La madre contestó por ella: Niña, no seas mal criada; contesta a tu tío lo que debes contestar: Tío, con mucho gusto; cuando Vd. quiera. Este Tío, con mucho gusto; cuando Vd. quiera, entonces, y varias veces después, dicen que salió casi mecánicamente de entre los trémulos labios de Pepita, cediendo a las amonestaciones, a los discursos, a las quejas y hasta al mandato imperioso de su madre.

Tomás Cardoso replicó a Morsamor no con razones sino con quejas. La conversación se fue agriando y se trocó en disputa. Los dos interlocutores estaban solos. Cardoso había echado a rodar todo respeto. Tenía muy poca fe en la elocuencia de sus razonamientos y sobrada fe en la energía de sus puños.

Dígame si es usted el mío, mi D. Romualdo, u otro, que yo no de dónde puede haber salido, y dígame también qué demontres tiene que hablar con la señora, y si va a darle las quejas porque yo he tenido el atrevimiento de inventarle». Esto le habría dicho, si encontrádole hubiera; pero no hubo tal encuentro, ni tales palabras fueron pronunciadas.