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Expreséle entonces mi profundo reconocimiento por la generosa ayuda que Estados Unidos dispensaba al pueblo filipino, así como mi admiración á las grandezas y bondad del pueblo Americano.

Quien así se expresa tratando de excitar el odio filipino contra los japoneses, para crearnos primero desconfianza, luego conflictos, es un extranjero, y en la lengua en que él mismo escribe están escritas las obras de teatro y las novelas inmorales que vienen a Filipinas; en su lengua también se promulgaron en nuestro país las leyes y reglamentos instituyendo las galleras, la lotería, los juegos de billar, creados como recursos del Estado, como cosa que los filipinos no podíamos combatir en nuestro antiguo régimen político, sin combatir al mismo tiempo al propio gobierno que hacía del vicio una fuente contributiva y que, para aumentar su ingreso en este sentido, tenía que fomentar esos vicios, lo mismo que el del opio en los fumaderos oficiales.

Y ¡si el dichoso vapor era genuinamente filipino! ¡Con un poquito de buena voluntad hasta se le podía tomar por la nave del Estado, construida bajo la inspeccion de Reverendas é Ilustrísimas personas!

No habría nada que decir por ese movimiento general en pro de la moralidad social, si tal actitud de la opinión pública no tomara el sesgo equivocado y tendencioso que le quieren dar ciertos elementos, que, de todo tiempo, han sido una rémora para la instrucción del pueblo filipino.

La ilustración se extiende, y la persecución que sufre la aviva. No; la llama divina del pensamiento es inextinguible en el pueblo filipino, y de un modo ó de otro ha de brillar y darse á conocer. ¡No es posible embrutecer á los habitantes de Filipinas! ¿Podrá la pobreza detener su desarrollo? Tal vez, pero es una medida muy peligrosa.

El mismo Banco Español Filipino con toda su legítima preponderancia, reconocida minuciosidad y puritana administración, no juraríamos esté exento de alguna infracción más ó menos grande.

A fines del mismo Junio, el cañonero español Leyte huyó para Manila, de los rios de Macabebe en donde estaba sitiado por fuerzas del General Torres, y llevaba parte de las tropas y voluntarios que mandaba el coronel filipino D. Eugenio Blanco; pero habiendo sido visto por un crucero americano, se rindió voluntariamente.

¡Soñar! ¡Vivir! ¡Soñar allí a la sombra, con la vista clavada en el celaje, que cuanto se contempla y aun se nombra es filipino todo en el paisaje...! Eso es soñar triunfando de la pena y mover con la fe hasta las montañas. ¡Oh, dejadme soñar en mi hada buena a la sombra piadosa de las cañas...!

Era quizás el único filipino que podía impunemente ir á pié con chistera y levita así como su amigo era el primer español que se reía del prestigio de la raza. El francés me ha gratificado muy bien, decía sonriendo y enseñando sus pintorescas encías que parecían una calle despues de un incendio; ¡he tenido buena mano en pegar los carteles! Camaroncocido volvió á encogerse de hombros.

Confiando en el carácter respetable y para muchos sagrado de los sacerdotes, a su testimonio he de recurrir para conocer cómo fué aquella educación y qué resultado dió en el pueblo filipino. No debemos ocultar la verdad cuando pone en evidencia cosas que no halagan nuestro amor propio.