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Al llegar a la Aduana comenzaba a obscurecer. En las torres blancas de las casas próximas a la muralla quedaban aún resplandores de sol. Echábamos una última mirada a la bahía.

Y en el fondo, el Seminario con sus dos cuerpos formidables, trepados por infinitas ventanas, cierra hoscamente la perspectiva. Es primavera; la verdura de los huertos no está aún tupida; resaltan alegres las paredes a la luz viva; y las torres y las cúpulas de las dos catedrales se yerguen serenas en el ambiente diáfano.

En Cañete de las Torres, señorío de los duques de Medinaceli, hallamos descollando en medio de la plaza de la villa otro soberbio castillo con sus torres derruidas, en que se marcan todos los modos de construccion, el romano, el godo, el sarraceno, el cristiano de la edad media.

La fábrica de todos los templos de Teruel, es de igual antigüedad, y los restos que aun se conservan en algunos desde su primera planta respiran aquel gusto de la arquitectura arábiga como son las torres para los campanarios, únicos restos que han quedado de la antigüedad, por que lo demás de los edificios se han renovado en la sucesión de los siglos, y algunos han llegado a la mejor forma y perfección de la arquitectura.

Era la historia del Mediterráneo escrita por torpes e ingenuos pinceles: encuentros de galeras, asaltos de fortalezas, grandes batallas navales envueltas en humo, sobre cuyas vedijas flotaban los gallardetes de los navíos y las altas torres de popa, en cuya cima rizábanse las banderas con la cruz de Malta o la media luna.

Podía decirse que su existencia pendía de un hilo, que podía romperse de un momento a otro. El temporal se desencadenaba entonces con furor increíble. A la primera noche de tinieblas había sucedido otra de fuego. Los relámpagos se sucedían casi sin interrupción, iluminando las masas de nubes que se amontonaban confusamente y corrían hacia el estrecho de Torres.

Desde sus torres, siendo mozo, miraba a lo lejos, soñando conquistar el mundo y adornar su frente con una corona. Aquí conoció a su mujer, y, bajo las frondas de estos árboles, arrullaba a su pequeña Elsa, que era el sol de su vida... , siento en las manos la humedad de tus lágrimas. Te lo ruego, no llores.

Lo que más conturbaba su espíritu en aquellos primeros días de soledad y calor era la necesidad de volver a poner el dinero en la arqueta. Milagros no le había dado todo. ¿De dónde sacar lo que faltaba? Al instante se acordó de Torres, y desde que tuvo ocasión de ello, hízole una indicación discreta. «

2 Elegir el enemigo, de D. Agustín de Salazar y Torres. 3 El arca de Noé, de D. Antonio Martínez, D. Pedro Rosete y D. Jerónimo Cáncer. 4 La luna de la Sagra, Santa Juana de la Cruz, de D. Francisco Bernardo de Quirós. 5 Lavar sin sangre una ofensa, de D. Ramón Montero de Espinosa. 6 Los dos monarcas de Europa, de D. Bartolomé de Salazar y Luna.

Dormí mal; mejor dicho, no dormí. Los relojes de las torres hacían vibrar sus campanas cada cuarto o cada media hora, todos con distinto timbre; ni uno solo recordaba el de la rústica iglesia de Villanueva tan reconocible por su ronco sonido. De pronto percibíase rumor de pasos en la calle.