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Hace varios años que era yo primer piloto del buque «Annie Curtis», de la matrícula de Liverpool, ocupado en el comercio de frutas del Mediterráneo y que regularmente hacía sus viajes entre Nápoles, Esmirna, Barcelona, Argelia y Liverpool. Nuestra tripulación era mixta, pues se componía de ingleses, españoles e italianos, y entre estos últimos había un viejo llamado Bruno.

Confiaba en la velocidad del Mare nostrum y en su buena estrella. Y si nos sale alguno al paso dijo á su segundo , que nos salga ante la proa. Deseaba que fuese así, para lanzar el buque sobre el sumergible á toda velocidad, espoloneándolo. Ya no era el Mediterráneo el mismo mar de meses antes, cuyos secretos conocía el capitán; ya no podía vivir en él confiadamente, como en la casa de un amigo.

Todo lo que los hombres habían escrito ó soñado sobre el Mediterráneo lo tenía el médico en su biblioteca, y lo repetía á su oyente. El mare nostrum de los latinos era para Ferragut una especie de bestia azul, poderosa y de gran inteligencia, un animal sagrado como los dragones y las serpientes que adoran ciertas religiones, viendo en ellos manantiales de vida.

En otros siglos habían sido puertos famosos: ante sus muros se libraron batallas navales. Ahora, desde su derruida acrópolis apenas se alcanzaba á ver el Mediterráneo como una leve faja azul al final de la llanura baja y pantanosa.

Cuando osaban atacar sus caseríos, era porque los marineros estaban en el Mediterráneo y habían ido á su vez á saquear é incendiar alguna aldea de la costa de África. El Tritón y su sobrino cenaban bajo el emparrado en los largos crepúsculos estivales.

A los peces del Mediterráneo los conocía mejor, y llegaba á tenerlos por buenos católicos, ya que proclamaban á su modo la gloria de Dios. De pie junto á la borda, en las tardes cálidas del Trópico, contaba, para honra de los habitantes del lejano mar, el portentoso milagro del barranco de Alboraya.

Las esponjas del Mediterráneo nadaban en los primeros días de su nacimiento cuando eran como cabezas de alfiler con movimientos vibrátiles.

Crecen las palmeras y el tamarindo en los alrededores de Moscou, Palestina y Macedonia se cubren de praderas como Noruega o Suiza, y aparecen ballenas en el Mediterráneo.

¡Pobre Tòni!... No sabía explicarse, pero la idea de que su mar presenciase estos crímenes daba nuevas vehemencias á su indignación. El alma del doctor Ferragut parecía revivir en el rudo navegante mediterráneo. No había visto á Anfitrita, pero temblaba por ella, sin conocerla, con religioso fervor.

La historia de su patria no era mas que una serie de correrías hacia el Sur, semejantes á los malones de los indios, para apoderarse de los bienes de los hombres que viven en las orillas templadas del Mediterráneo. Los Herr Professor habían demostrado que estas expediciones de saqueo representaban un trabajo de alta civilización.