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Esta lectura inspiró a Ferpierre una grave duda: ¿Habrían asesinado Zakunine y la nihilista a la Condesa para apoderarse de su dinero?... La sospecha no era irrecusable sin examen. En la casa de la muerta se habían encontrado muchos valores, pero la Condesa era tan rica, que bien podía haber tenido en su poder el último día una suma mayor.

Aunque parezca novelesco, no es menos cierto, si merecen fe testimonios irrecusables, que Cervantes trazó entonces un nuevo plan, más atrevido aún que los anteriores . Su objeto era promover un levantamiento de todos los esclavos de Argel, y apoderarse de la ciudad para entregarla á Felipe II; y á pesar del cuidado con que se le guardaba, encontró medio de plantear su propósito.

Instalose con Ana en el paraíso, donde se amontonaba inmensa concurrencia, que les metía los pies por la cintura, los codos por las ingles; a duras penas lograron las dos muchachas apoderarse de su sitio; al fin consiguieron embutirse de medio lado en delanteras, y allí se mantuvieron prensadas, comprimidas, sin ser dueñas ni de enjugarse el sudor de la frente. El calor era espeso, asfixiante.

Sentí lo que debe sentir el ladrón cuando se propone apoderarse de lo ajeno, y me plena cuenta, en aquellos instantes, de que cometería cualquier crimen, con tal de hacerme con ese pájaro de rico plumaje. Largo espacio de tiempo permanecí inmóvil, pensando en la mejor manera de llevar a cabo mi intento.

Es el sarampión de la juventud. Un signo de fuerza y de vida. El que no lo sufre es que lleva el alma muerta. Sigue, hijo, sigue. La única tristeza de Sanabre era la consideración de la gran desigualdad de fortuna entre él y su novia. ¿Qué diría su principal cuando se enterase? Le creería un aventurero que intentaba apoderarse de su inmensa riqueza.

Eran pocos para apoderarse de la enorme ciudad, pero secuestraron á sus habitantes ricos, quemaron sus arsenales, pasaron á cuchillo guarniciones enteras, vengándose ferozmente de la crueldad de sus enemigos. Al fin, el hambre les obligaba á alejarse. En dos años habían devorado todos los recursos del país.

En Romorantín topé con una cadena y unos brazaletes de oro, pero topé también con una mozuela como un sol, que me los robó al día siguiente. Porque habéis de saber que hay gentes que no vacilan en apoderarse de lo ajeno.... ¡Al grano, Simón! ¡Esa batalla! Todo se andará, cachorros, si me dejáis respirar.

Las mismas que horas antes hablaban pestes de él, escandalizadas por su apuesta de borracho, le compadecían, se enteraban de si su herida era grave, y clamaban venganza contra aquel «muerto de hambre», aquel ladrón, que, no contento con apoderarse de lo que no era suyo, todavía intentaba imponerse por el terror atacando á los hombres de bien. Pimentó se mostraba magnífico.

Aresti sonreía amargamente. ¡Ay: estaba bien discurrido aquel asedio, para apoderarse lentamente de la mujer, llegando por medio de ella hasta la dominación del esposo! De ellos era principalmente la culpa, ¿Qué habían de hacer unos seres débiles, faltos de dirección, arrastrados por el especial sentimentalismo del sexo hacia todo lo absurdo?

Bien puede arrostrarse tal peligro por apoderarse de esas divinas criaturas. ¡Adelante, romanos! ¡Al asalto! ESCIPIÓN. ¿Habéis notado, señores, que no han dado ni un grito? Es una mala señal. Prefiero una mujer que grite. ¿Qué hacer ahora? Yo sólo deseo llevar una vida de familia. Yo también sueño con un hogar. Sin un hogar, la vida no tiene atractivos.