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Habla con unos oficiales ingleses que van á embarcarse en Brindis; les lee la última carta de esperanza. Los cortos espacios de silencio traen hasta mi, caprichosamente, algunos renglones, como pedazos de papel arrastrados por el huracán: «Papá: cuando termine la guerra....» Alguien ha anonadado con su presencia á los que ocupamos el resto del vagón.

Pero, capitán, veo a un religioso... ¡Infame! se ha disfrazado. ¡Fuego! ¡Por San Pedro! fuego, pues. ¡Por usted, reverendo! El fraile recibió el tiro en el pecho y cayó de rodillas. No quedaban más que dos, él y el filósofo, también herido. Los otros habían sido muertos, se habían ahogado entre los rompientes al querer ganar a nado la tartana, o arrastrados por las olas.

Pero ni aun así la compramos. A pesar de tan gran sacrificio, fuimos arrastrados a la guerra. Inglaterra nos obligó a ello, apresando inoportunamente cuatro fragatas que venían de América cargadas de caudales. Después de aquel acto de piratería, la Corte de Madrid no tuvo más remedio que echarse en brazos de Napoleón, el cual no deseaba otra cosa.

Para que el absurdo fuera completo, se convirtieron en leyes, falsas interpretaciones de la reglas aristotélicas, y arrastrados por su ciega admiración á cuanto provenía de la antigüedad, eligieron por modelos las obras clásicas peores, como, por ejemplo, las tragedias de Séneca.

Se ven así arrastrados á afectar una falsa originalidad, á correr en pos de lo nuevo y de lo insólito, y de aquí también, con otras concausas tan eficaces como éstas, que las producciones deplorables de las literaturas modernas estén desprovistas de unidad interna y de perfección orgánica.

Los restos que han resbalado desde lo alto de las cimas con las nieves, que han sido empujadas por el hielo, triturados, desmenuzados, arrastrados en pedruscos, guijarros y arenas por el agua, no han vuelto todos al mar, del cual habían salido en periodo anterior: enormes montones quedan aún en el espacio que separa las atrevidas pendientes de la montaña y las tierras bajas ribereñas del Océano.

Su proa cortó la infinita lámina del Amazonas, apartando los troncos gigantescos arrastrados por las inundaciones de la selva virgen, para anclar frente á Pará ó frente á Manaos, tomando cargamentos de tabaco y café. Hasta llevó de Alemania pertrechos de guerra para los revolucionarios de una pequeña República.

Siempre que camino con rapidez en cualquier vehículo me sucede algo semejante. El movimiento me embriaga y me comunica instantáneamente la sensación de la fuerza y el triunfo. Por eso he pensado muchas veces que los carros de los héroes griegos, arrastrados por veloces corceles, debían contribuir no poco a aumentar su esfuerzo y coraje en las batallas.

Cuando niños, ha sido la alegría de todos nosotros correr diestramente á lo largo de este borde tembloroso y hundirlo á patadas en enormes fragmentos, huyendo oportunamente para no ser arrastrados en la caída, siendo grande nuestra alegría, cuando una enorme masa de tierra se desprendía y caía con estrépito enturbiando extensamente el agua del arroyo.

No merece igual alabanza la muchedumbre de aquéllos, que, arrastrados por el aplauso que se dispensaba en Francia á la llamada escuela romántica, se ocuparon en aclimatar en Madrid los dramas semi-salvajes de la Porte de Saint Martín, ó en imitarlos en sus propios escritos, ó aquéllos, que, abusando de la libertad adquirida, no conocían regla ni freno alguno: estos últimos escribieron en España muchos dramas detestables, llenos de crímenes nunca vistos, de infamias y de asesinatos, en que se ofrecían con placer al público los horrores más repugnantes, y que mostraban, en vez de hombres, verdaderos abortos de perversidad y de locura.