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Acercábanse las operarias como abochornadas, y alzaban de prisa sus ropas, empeñándose en que se viese que no había gatuperio ni contrabando.... Y las manos de las maestras palpaban y recorrían con inusitada severidad la cintura, el sobaco, el seno, y sus dedos rígidos, endurecidos por la sospecha, penetraban en las faltriqueras, separaban los pliegues de las sayas.... Mientras los bandos de mujeres iban saliendo con la cabeza caída humilladas todas por el ajeno delito , el reloj antiguo de pesas, de tosca madera, pintado de color de ocre con churriguerescos adornos dorados, que dominaba el zaguán grave y austero como un juez, dio las seis.

La muchedumbre, al ver sus lágrimas, prorrumpió en una carcajada sonora. Nunca le había parecido tan gracioso el Hombre-Montaña. El profesor, atolondrado por la caída del coloso, corrió detrás de él dando alaridos de indignación. Luego, al ver que lloraba, lloró igualmente; pero, á pesar de su pusilanimidad, pensó que las lágrimas no podían resolver nada y su dolor se convirtió en indignación.

: apelo a todos los que han viajado verdaderamente, y no por los libros: el circo de Gavarni, las Torres de Marboré, el boquete de Roland, ¿no son, en su género, tan admirables, tan incomprensibles, tan grandiosos como el manoseado Mont-Blanc, la caída del Rin o la del Aar? ¿En qué país lograrán ustedes encontrar, en la cima de una montaña, un lago en el cráter de un volcán?

Por breve espacio de tiempo estuvo fluctuando de aquí para allí, amenazando caer unas veces y remontándose otras, con gran algazara de los pollos, quienes al ver aquella cosa blanca que se paseaba por los aires con tanta majestad, iban tras ella aguardándola en su caída, con la esperanza de que fuera algo de comer.

Llega en este momento un correo de Lyón con bandera blanca; el Ayuntamiento de aquí se ha reunido para resolver si se declararía la caída de Bonaparte y la soberanía de los Borbones.

Desde lejos le miró Benina, inmóvil, la cabeza caída. Pasado un rato, se dejó caer en el suelo, y allí le vieron toda la tarde los transeúntes, sentado, mudo, la negra mano extendida.

El valiente toledano celebra á D. Francisco de Ribera, famoso marino del tiempo de Felipe III. Esta comedia, en que el duque de Osuna aparece en el teatro, hubo acaso de representarse en vida del tan renombrado virrey de Nápoles, puesto que, después de su caída, no es de presumir que se le alabase tanto.

¡Ya comenzáis a suspender y admirar a cuantos desde la tierra os están mirando! ¡Tente, valeroso Sancho, que te bamboleas! ¡Mira no cayas, que será peor tu caída que la del atrevido mozo que quiso regir el carro del Sol, su padre!

Es evidente que para la caida no basta remover el obstáculo, sino que se necesita algo mas, como la fuerza de gravedad, ó un impulso cualquiera. La segunda proposicion es aplicable tambien á estas dos especies de causas.

De allí en adelante, don Tadeo quedó para sus enemigos convertido en un pobre hombre, y a los ojos de sus partidarios como un mártir: él, imaginando convertir en provecho su caída, se dedicó por entero a ser instrumento de las ideas a que siempre tuvo inclinación.