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Pero cuando la luz de la lámpara oscila, la portentosa beldad de la princesa se confunde; los perfiles, las sombras, los colores, todo se altera y se combina por tal arte, que Ferragut se asusta y cree tener un vestiglo entre sus brazos. Vuelve la luz á arder sin oscilación y la princesa recobra sus admirables atractivos.

«¡Adorable criatura! ¡Tan hermosa!... Había nacido para el amor y el lujo, é iba á morir desgarrada por las balas, como un rudo soldado...» Le parecían admirables las precauciones adoptadas por su coquetería para este último instante. Deseaba morir como había vivido, echando sobre su persona todo lo mejor que poseía.

El rio serpentea con rapidez como una inmensa y tortuosa veta de lázuli entre festones de graciosa y límpida verdura; las planicies se desarrollan en mil ondulaciones primorosas; las praderas, los bosques y las plantaciones alternan formando como interminables é irregulares tableros de damas; los caseríos, las aldeas y los rústicos cortijos se destacan donde quiera en pintoresca diseminacion; y bajo un cielo de verano, admirablemente sereno en algunos dias y mas azul que el de las regiones bajas de Europa, se contempla con arrobamiento ese mundo de colosos de hielo, semillero de rios y torrentes, de lagos y cataratas, salpicado de formidables torreones de granito levantados por el arquitecto invisible y divino, y ceñido por anchas fajas de vegetacion sombría y terrazas y anfiteatros admirables, que se llama el Oberland bernés.

La aguja náutica recibió durante el siglo XIV dos de las más importantes modificaciones cuyo conjunto constituye su actual disposición; á saber, la de apoyarla en un estilo vertical sobre el que puede girar libremente dentro del mortero; y la de colocar éste en la suspensión de dos círculos concéntricos; sencillos, pero admirables inventos que además del carácter de utilidad que los distingue, lleva el sello del verdadero genio . Así las construía en Mallorca Jaime Ribes, antes de dirigir la Academia de Sagres á que le llamó el infante D. Enrique; así las usaban las naves portuguesas y castellanas en la navegación de la Mina de África y de la carrera de Flandes, siendo una de las causas de sus progresos .

Oía Mariano absorto, y ella sacaba de su despecho admirables rasgos de elocuencia. «Un marquesado, una fortuna de millones es lo que nos pertenecía. Pues ya ves: cárcel, infamia, pobreza. y yo seremos mendigos o Dios sabe qué. ¡Y Dios permite esto, y el cielo no se hunde, y todo sigue lo mismo! Y clamamos a gritos, sin que nadie nos oiga.

Yo también estuve a punto de dejarme arrastrar por el criminal deseo de mutilar o destruir a un semejante. Fue en 1820. ¿Y qué hice, señores míos? Pues darle toda clase de excusas. De excusas, , y me jacto mucho de ello, y con tanto más motivo cuanto que toda la razón estaba de mi parte. ¿No habéis leído, por ventura, las admirables páginas de Rousseau contra el duelo?

Madrid, 1660Las fiestas aquí descritas se celebraron en el palacio Real en Valladolid, desde el 18 al 20 de junio de 1660. De la noche del 19 de junio, dice lo siguiente: «Se retiró su Magestad y fué al salón, adonde le tenian prevenida una comedia con admirables apariencias y perspectivas, de la qual fueron Autores D. Juan de Matos, D. Juan de Avellaneda y D. Sebastian de Villaviciosa

Aquí una fuente, más adelante un banco cubierto de bambús rumorosos, allí una gruta, y por todas partes flores, agua corriendo con ruido apagado, silencio delicioso, vistas admirables y un ambiente fresco y perfumado. A pesar del cansancio de la subida, pocos han sido los días que he dejado de hacer mi paseo al pintoresco cerro.

A los sermones de cualquiera, no hay para qué ir prosiguió De Pas por más que a veces la palabra de un pobre cura de aldea encierra en su sencillez tosca tesoros de verdad, enseñanzas lacónicas admirables, rasgos de filosofía profunda y sincera, parábolas nuevas dignas de la Biblia; pero como esto es pocas veces, conviene acudir a los sermones de oradores acreditados.

El hombre, que ocultaba en los bolsillos algunas barras de jabón, se dió á la fuga. Como eran las dos de la tarde, Pontes no pensó en hacer uso del fusil y corrió detrás de él, seguro de alcanzarle ó por lo menos de hacer que le detuviesen. Sucedió, en efecto, lo primero. El guarda tenía admirables piernas; cerró la distancia y pronto llegó á tocarle. ¡Date! ¡date ó te mato!