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Actualizado: 18 de mayo de 2025
No lo sabría; lo más probable es que venga de marcha y no haga más que pernoctar aquí para continuar mañana su camino dijo el señor de Ciudad. Rara marcha lleva apuntó don Mariano , pero en fin..., podrá ser..., podrá ser. Los jóvenes volvieron a sus sitios y se olvidaron al instante del suceso, anudando la rota y alegre conversación.
Bien lo dije yo hace cinco mil domingos: «Este acabará en Leganés». Nunca tuvo la cabeza buena, hija, y con sus locuras despachó a tu madre, aquella santa, aquella pasta de ángel, aquel coral de las mujeres... ¡Pobre Francisca, niña mía! ¿Y Mariano? dijo Isidora, que extrañaba no ver allí a su hermano.
Además era un hábito el pasar algunas horas del día entre aquellas cuatro paredes, y no sólo hábito, sino deber de reconocimiento por el cariño que se le dispensaba, y no sólo deber, sino también, ¿por qué no hemos de decirlo?, también gusto, mucho gusto, pues no podía dejar de tenerlo en hacer compañía a un caballero tan cumplido como don Mariano, que le había dado pruebas de amarle como a hijo, y a una niña tan buena y hermosa como Marta, a quien quería como hermana.
Vamos a ver manifestó el maestro volviendo a su trabajo ; explícanos lo que tú piensas... ¿A qué aspiras tú? ¿Qué deseas tú? ¿Yo? dijo Mariano con terrible laconismo . Tener dinero. ¡Tener dinero!
De vuelta de una de estas idas a misa, las recibió una vez su hermano con una noticia importante. Había llegado al Tandil, a organizar una estancia inmediata al pueblo, que acababa de comprar, un antiguo amigo suyo, don Mariano Vázquez, soltero y de buena familia, excelente persona que iban a tratar con frecuencia...
Mariano Moreno, el alma de la revolución de Mayo, era doctor en teología de la Universidad de Chuquisaca, como Voltaire era discípulo de los jesuítas, porque la misma educación calculada para atrofiar las alas del espíritu, fracasa en las inteligencias descollantes no habiendo procedimiento que valga para transformar los cóndores y las águilas en aves de corral.
Amparito se puso colorada y le dirigió una tierna mirada de reconvención, volviendo después la vista a su padre, que por fortuna se hallaba de espalda paseando con don Mariano. Llegó la vez a Isidorito, teniendo la mala suerte de ponerse en berlina: ¡y allí fue ella para la señorita de Mory!
Consintió Bou en admitir a Mariano, de cuyas inclinaciones aviesas se le dio noticia para que le tratase con rigor, y sacara de él, si era posible, un obrero hábil y laborioso.
ELECTRA. Sí pasan, sí pasan... pero algunos van tan abstraídos mirando al suelo, que no ven el hermoso fruto que les dice: «Cógeme, cómeme.» Y bastaría que por un momento se apartasen de sus afanes, y alzaran los ojos... Como alzar los ojos, yo... ya miro, ya... ELECTRA, MÁXIMO; MARIANO, por la izquierda. MARIANO. Señor... MÁXIMO. ¿Qué? MARIANO. ¡Al rojo vivo! ELECTRA. ¡Ah, la fusión!
Después de un larga pausa, todavía dijo Coca: Un mes es demasiado, Laura... Esperaré sólo quince días, que ya es bastante. Laura no contestó. Hizo como si estuviera absorta en sus oraciones, o acaso durmiendo ya. No se dejó esperar la declaración de don Mariano.
Palabra del Dia
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