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Actualizado: 3 de junio de 2025


Amparito se puso colorada y le dirigió una tierna mirada de reconvención, volviendo después la vista a su padre, que por fortuna se hallaba de espalda paseando con don Mariano. Llegó la vez a Isidorito, teniendo la mala suerte de ponerse en berlina: ¡y allí fue ella para la señorita de Mory!

La noche a que nos referimos, el sexo femenino estaba representado por tres señoritas de Ciudad, dos de Delgado, la señorita de Mory y alguna otra que, unidas a las de casa, formaban un núcleo bastante respetable.

María no iba por impedírselo el hábito que había ofrecido con voto de no asistir a ninguna fiesta. Tampoco los achaques de doña Gertrudis la dejaban tomar parte en la excursión. En la segunda se hallaba ya bien acomodada nuestra amiga, la simpática y vivaracha señorita de Mory, escrutada de cerca por los ojos saltones del ilustrado Isidorito.

¡Jesús, cuántas cosas sabe Isidorito de las pobres mujeres! exclamó la señorita de Mory en tono entre irritado y burlón.

La señorita de Mory, con quien había sostenido controversias reñidísimas sobre la naturaleza del amor y la amistad, las dulzuras del recuerdo, las amarguras del olvido, la simpatía y todo lo demás referente al corazón, en las cuales siempre salía, por de contado, victorioso, había llegado a aborrecerle de muerte.

Isidorito, aunque nada simpático, infundía general respeto por su fama de estudioso y sensato: así que la mayoría de las niñas y pollos se contentaron con ponerle en berlina por «demasiado serio», por «tener poco pelo», por «bailar muy mal», por «estudiar con exceso», por «gastar levitas muy largas», etcétera; pero al llegar a la señorita de Mory, ésta, que esperaba con impaciencia su turno, le puso en berlina con fruición nada disimulada, por «muy pesado de cabeza y ligero de estómago». Isidorito, al tener noticia de las causas por que le habían puesto en berlina, conoció con dolor de dónde partía aquella saeta envenenada, pero no tuvo ánimos para manifestarlo y prefirió guardar sobre este punto un silencio noble y prudente al mismo tiempo.

A BORDO DE LA SANIDAD. Hoy he dormido perfectamente después de una porción de noches que llevo sin pegar apenas los ojos dijo la señorita de Mory a su amiga Rosario que estaba sentada a su lado . No qué tengo hace algún tiempo... Me siento nerviosa... Me duele la cabeza al levantarme de la cama... Yo creo que necesito refrescarme.

Nada tenía esto de particular, y es lo más usual cuando no se tiene el viento por la popa; pero he aquí que a Rosario, la amiga de la señorita de Mory, se le mete en la cabeza de pronto que aquel cambio de motor náutico significa peligro inminente de naufragio, el cual se le representa a la imaginación con todos los horrores de que suele venir rodeado en las novelas por entregas: la densidad espesa de la noche, las olas elevándose como montañas a los cielos, los gritos de los náufragos mezclándose a los rugidos de la mar, etcétera.

Hay datos, no obstante, para creer que el distinguido jurisconsulto no llegó a tierra con suficiente oportunidad. La señorita de Mory se creyó bastante vengada de las muchas molestias que su inflexible lógica le había ocasionado.

Vea usted ahora cómo no andaba descaminado al afirmar que tal vez necesitase usted refrescar el corazón o, lo que es igual, aligerarlo de alguna impresión demasiado punzante. ¡Ay Dios, qué pesado! dijo la señorita de Mory en voz baja; y en alta voz repuso : Pues se equivoca usted de medio a medio, Isidorito; nada me pincha ni me punza por ahora. Permítame usted que lo dude.

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