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En momentos en que no podía oírnos me dijo Andrés: Las señoras están muy tristes porque te vas, tan tristes que ni el sol las calienta. Pero no tengas cuidado; no tengas cuidado.... Ya se les pasará la aflicción. Luego prosiguió en alta voz: Oye: ¿y no sabes montar a caballo, verdad? Ya me parece que te veo. ¡Qué figura!

De la crasa ignorancia a la más grosera superstición, y, ayudando la benignidad del clima y la fertilidad del suelo en las regiones privilegiadas, de una en otra superstición hasta la más alta, de la más alta a la ciencia; del credo obligatorio al libre pensamiento, de la verdad revelada a la verdad demostrada; de la magia religiosa a la mecánica racional; de las palmas benditas al pararrayo; del milagro al vapor, al ferrocarril, al telégrafo, al teléfono; de la rogativa a la cirugía y los sueros; de la censura eclesiástica a la libertad de la prensa; de "la santa ignorancia" a la instrucción obligatoria, tal ha sido la marcha ascendente del espíritu humano, impelido por la necesidad de conocer el porqué de las cosas para conducirse enfrente de las cosas.

Odiado por sus enemigos, lo era también por los mismos á quienes gobernaba y defendía, pues aparte de su dureza y despotismo no le perdonaban los azotes y las torturas con que les había obligado á pagar su propio rescate, las dos veces que los ingleses lo habían hecho prisionero. Su residencia era una sombría fortaleza de sólidas murallas y con alta torre almenada en su centro.

Las calles rectas, anchas y ventiladas, presentan un aspecto siempre agradable; las tiendas elegantes que hacen de Paris un solo comercio con muchas puertas, la edificacion alta y de moderno gusto, el paso constante de una multitud que siempre varía, todo reunido forma un bello y animado cuadro.

Esta, con los ojos fijos en el suelo, las mejillas encendidas, el espíritu recogido, estaba pendiente de los dedos de su niña como si entre ellos se estuviese ventilando la salvación del género humano. De vez en cuando Elena suspendía la conversación un instante y exclamaba en voz alta: ¡Qué hermoso! ¡Qué delicadeza de ejecución! ¡Es una preciosidad!

Los campos pedregosos de olivos y nopales estaban ahora cubiertos de «Palaces», grandes como cuarteles, y sostenían una segunda ciudad alta, que, extendiéndose por la ladera de los Alpes, unía Mónaco con Monte-Carlo. Este terreno, vendido á precios enormes, era medio siglo antes un lugar tan olvidado, que cualquiera de sus poseedores podía disponer sin obstáculo que le enterrasen en su propiedad.

Phs... huyendo de la noria de la Castellana... ¿Y V., generala? ¿Le gusta a V. también la filosofía? Por haber filosofado en casa es por lo que vengo aquí dijo riendo. Me duele un poco la cabeza, y temía marearme en la Castellana... Pero súbete, y darás una vuelta conmigo: después te dejaré donde quieras. Todo fue dicho en voz alta para que lo oyesen el cochero y el lacayo.

Pero ella ha de sonar en algun dia En la torre de la alta Catedral, Para mi Patria anuncio de alegría; Para el tirano un eco funeral. Y se alzarán los cánticos sagrados Como cuando cayeron los leones, Y cuando cien Británicos pendones En su techumbre el pueblo hizo colgar.

Nieves era una rubia alta y esbelta, de cutis blanco y transparente, ojos azules claros, nariz y boca perfectas. Tenía veintidós años de edad, y un carácter que era una bendición del cielo. Imposible estar melancólico a su lado. No que fuera decidora o chistosa; nada de eso. La pobrecilla tenía poco más ingenio que un pez.

Le interesaban más los brazos de las sillas, los pasamanos de las escaleras que conducen a la sillería alta, los salientes que separan los asientos y sirven para reclinar la cabeza, cubiertos de animales y seres grotescos: perros, monos, aves, frailes y pajecillos, todos en posturas difíciles, rarísimas y obscenas.