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Las anchas trenzas de sus cabellos caían abundantes y desordenados sobre su garganta y sobre sus hombros, y fuera del abrigo que la cubría se dejaba ver un brazo de formas admirables, cerca de cuya mano se vela una pulsera de pelo, cerrada por un broche de diamantes. Había algo de terrible en el aspecto de aquella hermosa mujer dormida. Y dormía profundamente.

La meditación era mucho más honda y eficaz si la señora tenía metida toda la mano izquierda, hasta más arriba de la muñeca, dentro de una media, y si las claraboyas de esta eran bastante anchas para poder tener sobre ellas enrejados como los de una cárcel.

Preguntaba con frecuencia por las más insignificantes cosas referentes a las niñas, y si Luisita Fernanda daba en no querer mamar, ya había motivo para graves cuestiones, preguntas y comentarios. Cuando todo iba bien, cuando las niñas parecían estar sanas y contentas, o Isabelita se quedaba dormida abrazada a su muñeca, el Rey solía pasear por las anchas cámaras, dando el brazo a Cristina.

La cruz, que había estado en la calle, se colocó en una gran sala baja, donde hay piano, y nos dio Pepita un espectáculo sencillo y poético que yo había visto cuando niño, aunque no lo recordaba. De la cabeza de la cruz pendían siete listones o cintas anchas, dos blancas, dos verdes y tres encarnadas, que son los colores simbólicos de las virtudes teologales.

EVARISTA. ¿Pasamos a casa? PANTOJA. No: déjeme usted que respire a mis anchas. En la iglesia me ahogaba... El calor, el gentío... EVARISTA. Haré que le traigan a usted un refresco... Balbina! PANTOJA. Gracias. EVARISTA. Una taza de tila... PANTOJA. Tampoco. EVARISTA. No hay motivo, amigo mío, para tan grande aflicción.

Alrededor de la depresión se levanta un reborde circular rodeado por un pequeño foso. Un segundo círculo concéntrico, luego un tercero, y otro y otros se forman alrededor del primero; la superficie entera del arroyo se cubre de redondeces tanto más anchas y desiguales cuanto más se alejan del centro.

Esta acababa de echar un poco de café en el filtro, y se limpiaba minuciosamente los dedos con su delantal de tela blanca adamascada, adornado, a la rusa, con anchas tiras de bordadura roja.

No osaba penetrar en ellos: temía encontrarse con el banco en que habían estado aquella tarde. Avanzó por las calles de la ciudad, estrechas, sin aceras, pavimentadas de anchas losas, como en muchas poblaciones de Italia. Las viviendas, viejas y altas, recordaban los tiempos en que el suelo era precioso dentro de una península estrechamente ceñida por sus fortificaciones.

Los que poseían algún dinero estaban obligados á emprender una peregrinación de tienda en tienda ó formar cola á la puerta de los Bancos para cambiar un billete. ¡Ah, la guerra! ¡La estúpida guerra! En mitad de los Campos Elíseos vieron á un hombre con sombrero de alas anchas, que marchaba delante de ellos lentamente y hablando solo.

Después recostándose en una butaca y levantándose las gafas por la frente para mirar más a sus anchas las facciones varoniles del joven oficial, dijo: Vamos a ver, señor misterioso, ¿tienes la intención de hacerme redactar tu contrato? ¿Yo? ¡Qué disparate!