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Aire... espacio... libertad; se ahogaba en las calles tortuosas, con sus paredes que parecían aproximarse para cerrarle la marcha; necesitaba horizontes inmensos, para no creerse aplastado, para poder ensanchar sus pulmones y arrojar la cruel madeja de suspiros que se apelotonaba en su garganta.

Cuando tuve ocasión para comunicarte la noticia, vi tu semblante alterado y huiste á ocultarte en tu cuarto. Pensé que la emoción te ahogaba, cuando era el remordimiento... Soledad hizo un gesto de impaciencia. ¡Quién se acuerda ya de esas historias, Manolo! y yo no habíamos nacido el uno para el otro.

Un cuerpo de ejército se había desbandado: muchos prisioneros, muchos cañones perdidos. «¡Mentiras, exageraciones de los alemanes!», gritaba Desnoyers. Y Chichí ahogaba con sus carcajadas de muchacha insolente las noticias de la tía de Berlín, «Yo no continuaba ésta con maligna molestia ; tal vez no sea cierto.

Ya no gritaba de dolor, como la víspera; pero sentía una mano de hierro que le oprimía, le estrujaba y retorcía el corazón: se ahogaba, las palabras expiraban en sus labios, pues tenía que decir la verdad y comprendía que ésta se iba a volver en su contra.

¡Ay!, ese maldito trabajo... Bien te lo dije, bien te lo decían todos... Pero eso pasará... Rosalía estaba más muerta que viva... No le ocurría nada. La pena la ahogaba. Cándida, procediendo con más calma, empezó a tomar disposiciones. «Sentémosle en el sofá... Ahora convendría llamar al médico».

Siguió su camino y al fin entró en Estella. Aunque eran las doce de un hermoso día cuando pisó la plaza Mayor, antojósele que las próximas alturas arrojaban sombra muy lúgubre sobre la ciudad y que esta se ahogaba en su cinturón de montañas.

Pero tales devaneos quedaban en el secreto; el miedo al quefe ahogaba la murmuración y como además costaban poco dinero, doña Bernarda no se daba por enterada. No amaba a su marido: tenía el egoísmo de la señora campesina que considera cumplidos todos sus deberes con ser fiel al esposo y ahorrar dinero.

Se ahogaba con los trajes de paseo; no cabía en las habitaciones reducidas; resoplaba en las butacas del teatro, y en misa repartía codazos para disponer de más sitio.

«De lo que estaba convencida era de que en Vetusta se ahogaba; tal vez el mundo entero no fuese tan insoportable como decían los filósofos y los poetas tristes; pero lo que es de Vetusta con razón se podía asegurar que era el peor de los poblachones posibles». Un mes antes había pensado que el Magistral iba a sacarla de aquel hastío, llevándola consigo, sin salir de la catedral, a regiones superiores, llenas de luz. «Y capaz de hacerlo como lo decía debía de ser, porque tenía mucho talento y muchas cosas que explicar; pero ella, ella era la que caía de lo alto a lo mejor, la que volvía a aquel enojo, a la aridez que le secaba el alma en aquel instante».

Acudieron su mujer y sus vecinos con luces, y halláronle haciendo efectos de nadador, soplando y arrastrando la barriga por el suelo; y meneando brazos y piernas con mucha priesa, y diciendo a grandes voces: "¡Socorro, señores, que me ahogo", tal le tenía el miedo, que verdaderamente pensó que se ahogaba.