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Don Marcos era el único compañero de esta soledad; y Lubimoff, que en los primeros días sólo cruzaba con él contadas palabras, acabó por desear que volviese pronto de Monte-Carlo, al cerrar la noche, para oir sus noticias, que en otro tiempo hubiese considerado insignificantes. Entablaban largas conversaciones sobre lo que ocurría en el Casino ó sobre los acontecimientos del mundo.

Navegando hacia Barcelona... En fin, la de acabose». Esto ocurría el 19. Bringas subió a su casa más muerto que vivo. Todo el día y los siguientes estuvo como lelo; no comía, no dormía, no hacía más que pedir noticias, abrazar casi llorando a los que las traían favorables, despedir a cajas destempladas a los que las referían adversas.

Voz de la conciencia de Isidora o interrogatorio indiscreto del autor, lo escrito vale. Una mañana de diciembre de 1875, estaba Isidora triste y sin sosiego. Sus idas y venidas dentro de la casa, sin motivo aparente de tal actividad, indicaban que algo muy grave ocurría.

Por eso advertí lo que ocurría. Al poco rato, tu padre, sin saber que Leocadia se resistía a que yo la llevara lo que faltaba de Nuestra Señora, me dijo delante de tu hermana que no tenía trabajo, y ella se marchó del comedor en seguida. Cuando nos despedimos en el pasillo la pregunté a qué obedecía aquello y respondió con evasivas.

Cosa era esta que sucedía muchas tardes, siempre que al ama Engracia se le ocurría tomar el fresco un rato en el umbral charlando con Sardiola; pero en tal instante Lucía sintió que la puerta entreabierta la penetraba de terror glacial y de ardiente júbilo a un tiempo.

Yo insinué varias veces, hablando con doña Celestina, después de comunicarle lo que le ocurría a la muchacha, que debía dar cuenta a su hijo de lo que pasaba con la Shele; pero comprendí que era inútil y que estando en su mano no había de hacer nada con ese fin. Sabía que Juan de Aguirre navegaba en la derrota de Cádiz a Filipinas, pero ni la Shele ni yo pudimos averiguar en qué barco.

Los grandes dioses, entre ellos el P. Irene y el P. Salví, habían llegado ya, es verdad, pero aun faltaba el trueno gordo. Estaba inquieto, nervioso; su corazon latía violentamente, tenía ganas de desahogar una necesidad, pero había primero que saludar, sonreir, y despues iba y no podía, se sentaba, se levantaba, no oía lo que le decían, no decía lo que se le ocurría.

Por este tiempo ocurría en San Juan la desgraciada sublevación del número 1 de los Andes, que había vuelto de Chile a rehacerse. Frustrados en los objetos del motín, Francisco Aldao y Corro emprendieron una retirada desastrosa al norte, a reunirse a Güemes, caudillo de Salta.

A lo lejos, hacia el río, se habían oído gritos, que se hacían cada vez más fuertes. ¿Qué ocurría al otro lado de la selva? Algo muy grave, sin duda, pues los sitiados vieron a sus enemigos volverse en tropel al bosque y huir como gamos hacia el Este. ¡Se van! exclamó Cornelio, admirado. Déjalos ir gritó el Capitán . Y bajemos, que la choza se va a desplomar sobre nosotros.

¿Qué pasa? dijo Aresti cuando pudo respirar con algún desahogo. ¿Qué te ocurre, Pepe? ¿Estás enfermo? A ver esa cara... Y después de examinar el rostro de su primo, hizo un gesto de asombro. Efectivamente; algo malo le ocurría. Parecía aviejado de un golpe en más de diez años: los pómulos salientes, los ojos hundidos, con una expresión de tristeza y desaliento.