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Y Aresti entró, al mismo tiempo que el capitán, el Capi como le llamaba Aresti, abandonaba su escritorio avanzando hacia él con los brazos abiertos. Te he conocido con sólo oírte, Luisillo dijo Iriondo con su voz bronca y discordante de hombre enronquecido por la continua humedad y obligado á hacerse oír entre los mugidos del viento y de las olas. ¡Ay, Planeta!... Te encuentro algo aviejado.

¿Qué pasa? dijo Aresti cuando pudo respirar con algún desahogo. ¿Qué te ocurre, Pepe? ¿Estás enfermo? A ver esa cara... Y después de examinar el rostro de su primo, hizo un gesto de asombro. Efectivamente; algo malo le ocurría. Parecía aviejado de un golpe en más de diez años: los pómulos salientes, los ojos hundidos, con una expresión de tristeza y desaliento.

Había oído hablar tanto de don Marcelo y su mal carácter, que le causó una gran inquietud verle aparecer inesperadamente en el estudio... ¿Qué deseaba el temible señor? Su tranquilidad fué renaciendo al examinarle con disimulo. Se había aviejado mucho desde el principio de la guerra. Ya no conservaba aquel gesto de tenacidad y mal humor que parecía repeler á las gentes.

Junto a este hermoso ejemplar de la burguesía próximo a la decadencia, Andresito Cuadros, el hijo del dueño de Las Tres Rosas, aparecía empequeñecido y aplastado, con la delgadez amarillenta de un crecimiento rápido y ese aire aviejado de todos los hijos únicos, a quienes las atenciones exageradas de sus padres no dejan robustecerse.

No la había amado como aman los demás hombres, pero era su compañera, su hermana; se compenetraban los dos en gustos y aficiones; la miseria en común los había fundido en una sola voluntad. Además, Gabriel sentíase aviejado antes de hora por aquella existencia de aventuras emocionantes y penosas privaciones.

Y al día siguiente, en las últimas horas de la tarde, empezó á pasear por el bulevar de los Molinos, sin perder de vista el templo único de Monte-Carlo, lugar de devoción para los jugadores y la gente rica, que mantiene cierta rivalidad con la catedral del silencioso y aviejado Mónaco.

Un gentleman aviejado y cada vez más flaco, que juega y pierde en los primeros días de todos los meses, dice con desesperación á los que le escuchan, cuando ve desaparecer sobre el tapete sus últimas fichas: Yo soy el lord Lewis que aparece en ese libro sobre Monte-Carlo, escrito por «Ibanez», el novelista español.

Esto me da pena, porque tengo mucho amor propio, y lo siento además por mi padre. También él, se lo aseguro a usted, es demasiado joven para . Físicamente tiene el aspecto bastante aviejado; es grueso, algo cargado de espalda, muy calvo y tiene un cerquillo de cabello blanco que le hace parecer un fraile, mucho más, con una especie de solideo redondo que usa por casa y que completa el parecido.

¡Laurier!... Los ojos de Julio examinaron con larga duda al militar antes de convencerse. ¡Laurier este oficial ciego que permanecía inmóvil en el banco como un símbolo de dolor heroico!... Estaba aviejado, con la tez curtida y de un color de bronce surcada de grietas que convergían como rayos en torno de todas las aberturas de su rostro.