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»No lo quiso creer Anselmo; antes, ciego de enojo, sacó la daga y quiso herir a Leonela, diciéndole que le dijese la verdad, si no, que la mataría. Ella, con el miedo, sin saber lo que se decía, le dijo: »-No me mates, señor, que yo te diré cosas de más importancia de las que puedes imaginar. »-Dilas luego -dijo Anselmo-; si no, muerta eres.

Al pasar dijo el ciego, alargando su mano que mostraba una piedra he cogido este pedazo de caliza cristalizada; ¿sostendrá usted que estos cristalitos que mi tacto halla tan bien cortados, tan finos, y tan bien pegados los unos a los otros no son una cosa muy bella? Al menos a me lo parece. Diciéndolo, desmenuzaba los cristales.

Creyó Golfín que se había expresado en lenguaje poco inteligible para el ciego; mas éste probole lo contrario, diciendo: Para el que posee ese reino desconocido de la luz, estas galerías deben de ser tristes; pero yo, que vivo en tinieblas, hallo aquí cierta conformidad de la tierra con mi propio ser. Yo ando por aquí como usted por la calle más ancha.

El ciego no sabe en qué consisten esas cosas de que oye hablar; pero sabe que son algo; los conceptos que á ellas se refieren, pueden llamarse imperfectos, mas vanos; las palabras con que los expresa, tienen para él una significacion incompleta, pero positiva. Hagamos palpable esta diferencia ampliando el ejemplo del párrafo anterior.

Haréis mal; es demasiado cerca, enviadla á su país. ¿A Asturias? Eso es. No hablemos más de esto. Hablemos de lo otro. ¿Qué os ha dicho la madre abadesa? ¡Oh! ¡oh! me ha preguntado quién es la dama á quien ama en palacio mi sobrino. ¿Y vos qué le habéis dicho? Yo... nada. ¿Y qué ha replicado la abadesa? Me ha llamado ciego. ¿Y qué más?

Ahora conviene decir que la ausencia de la señá Benina y del ciego Almudena no era casual aquel día, por lo cual allá van las explicaciones de un suceso que merece mención en esta verídica historia.

Creo en la inocencia del señorito Jacobo, pero no estoy ciego y todas sus acciones reprensibles. Todas esas dilapidaciones, todos esos extravíos le han sido bien echados en cara el día de la desgracia. Sus hechos anteriores han pesado duramente sobre él cuando ha tenido que justificarse.

En cuanto leas lo que te digo, te pones a hacer consideraciones sobre lo raro y lo novelesco de que yo... en mi posición, quiera a un hombre como . ¡Hasta que te cure la tontería, no he de parar! ¿No dicen que el amor es ciego? ¿No pude enamorarme de un pillo? Pues me ha dado por quererte a , que eres bueno, y asunto concluido.

Se había imaginado encontrar algo semejante a las antiguas expediciones de las Cruzadas: soldados que peleaban por el ideal, que hincaban la rodilla antes de entrar en combate para que Dios estuviera con ellos, y por la noche, después de ardientes plegarias, dormían con el puro sueño del asceta, y se encontraba con rebaños armados indóciles al pastor, incapaces del fanatismo que corre ciego a la muerte, ganosos de que la guerra se prolongase todo lo posible para mantener la existencia de holganza errante a costa del país, que ellos creían la más perfecta; gentes que a la vista del vino, de las hembras o de la riqueza se desbandaban, hambrientas, atrepellando a sus jefes.

De tal modo se posesionaron de su espíritu la idea y las imágenes expresadas por el ciego africano, que a punto estuvo de contarle a su ama el maravilloso método de conjurar y hacer venir al Rey de baixo terra.