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Actualizado: 1 de septiembre de 2024
Pareciola asimismo que una mano trémula asía una mano suya que pendía descuidada, y que en ella unos labios ardientes posaban un amoroso beso.
¡Ah, señor! ¡Ah, señor!... exclamaba la mujer, juntando las manos, el flaco rostro surcado por ardientes lágrimas. ¡Quiero verla!... ¡Verla una vez más!... ¡Mi patrona... mi buena patrona! ¡Ah, señor, verla!... Era Julia, que en ese momento volvía de la ciudad. Bajita y delgada, algo entrada en años, parecía anonadada por la angustia.
Retirado de los negocios después de cuarenta años de navegación con toda clase de riesgos y aventuras, el capitán Llovet era el vecino más importante del Cabañal, una población de: casas blancas de un solo piso, de calles anchas, rectas y ardientes de sol, semejante a una pequeña ciudad americana.
Su imagen de otros tiempos, tal cual se me presentaba confusamente, no era como para llenar de ensueños ardientes una romántica cabeza de quince años. Pero la actitud de Marta me había llamado la atención. Al día siguiente, desde muy temprano, la oí ir y venir a pasos precipitados, en el piso superior, por los cuartos de huéspedes.
En mi pecho bullían ardientes furores, y se quemaba mi frente circundada por anillo de candente hierro. Los celos me llevaban en sus alas negras llenas de agudas uñas que desgarran el pecho, y dejándome arrastrar, no podía prever cuál sería el término de mi viaje.
Nuestro héroe, durante un rato, no pudo articular palabra. La voz se ahogaba en su garganta. Estrechó contra su corazón aquél frío cuerpo inanimado, cubriéndolo de besos ardientes. La señora tenía abiertos los ojos, y miraba con melancólica dulzura á su fiel adorador. A pesar de sus horribles heridas y del lastimoso estado de su cuerpo, la noble dama vivía.
Se agitaba trémula y sofocada en los brazos ardientes de la enfermedad, que la constreñía sacudiéndola para expulsar la vida.
El vapor de agua asciende así por toda la masa aérea, hasta por encima de los ardientes desiertos, donde en cientos de leguas no corre ni un sólo hilo de agua; sube á los límites extremos del océano atmosférico, á sesenta kilómetros de altura sobre la superficie del mar, y, sin duda, una parte de este vapor halla también camino hacia otros sistemas planetarios porque los bólidos que atraviesan los cielos estrellados formando flechas luminosas y arrojan sus chispas sobre el suelo, deben, en cambio, llevarse consigo un poco de aire húmedo que oxide su superficie.
Ya en la ciudad de nuestro cuento, cuya gente acomodada había ido toda, y en más de una ocasión, de viaje por Europa, donde apenas había casa sin piano, y, lo que es mejor, sin quien tocase en él con natural buen gusto, tenía Keleffy numerosos y ardientes amigos; tanto entre los músicos sesudos, por el arte exquisito de sus composiciones, como entre la gente joven y sensible, por la melodiosa tristeza de sus romanzas.
Cuando Martín estaba en la escuela, gritaba sin descanso y habría preferido morir de hambre antes de aceptar el alimento de una mano que no fuese la de su compañero. Durante tres años, el enfermo arrastró una existencia miserable: después cayó en cama y murió. Su muerte habría debido parecer una liberación a todos los de la casa; sin embargo, hizo derramar lágrimas ardientes.
Palabra del Dia
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