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Actualizado: 13 de junio de 2025
Ceñíale la garganta triple sarta de corales que manchaban de rojo su pecho de nieve. Vestía dengue de paño negro con ribetes de terciopelo , justillo encarnado y camisa de lienzo blanco. La otra formaba con ella vivo y gracioso contraste. Bajita, morena, sonriente, con unos ojos que le bailaban en la cara y tan sueltos ademanes que su cuerpo no tenía punto de reposo.
Asunción le esperaba... levantose callandito de su cama y se vistió. Yo desperté también... Asunción se llega a mi cama cuando iba a partir, y besándome, en voz muy bajita me dijo: «Inés de mi corazón, adiós, me voy de esta casa». Yo salté de mi cama, quise detenerla, pero la pícara lo tenía todo muy bien dispuesto y salió con gran ligereza.
¡Eso! ¡eso! Retoza, grandísimo holgazán, comedor. Toda la tarde roncando y ahora en vez de ordeñar las vacas, de jarana dijo una vocecita aguda. Quien profería estas ásperas razones era la avinagrada esposa del tabernero, una mujerzuela bajita, menuda, rugosa, de frente ceñuda y ojos pequeños y fieros. Martinán se levantó del suelo riendo.
Ahora dijo en voz bajita y temblorosa dame un beso y escápate de prisa. Al mismo tiempo me presentaba su cándida y rosada mejilla. Yo la tomé entre las manos y la apliqué un beso... dos... tres... cuatro... todos los que pude hasta que oí rechinar la llave. Y me alejé a paso largo. Dejó de hablar D. Ramón. ¿Y después, qué sucedió? le pregunté con vivo interés.
Llegaba él luego cerca de mí, se sentaba a mi lado, y aproximando su boca a mi oído, decía en voz bajita, dulce y suplicante: Che rací-hayhub-guasú, o sea estoy enfermo de amor grande. Al cabo, me faltaron las fuerzas para defenderme. Cité a D. Pepito, en el obscuro silencio de la noche, y él vino a mí y yo le di el remedio que apetecía.
La condesa de Onís era dentro de su sexo un tipo tan estrafalario, por lo menos, como su hermano. Bajita, rechoncha, cara redonda y pálida con ojos negros y muertos, el cabello pegado a las sienes con goma de membrillo, vestida constantemente con el hábito morado del Nazareno. Vivía recluida en su palacio como una monja en el convento.
Ahora dijo en voz bajita y temblorosa dame un beso y escápate de prisa. Al mismo tiempo me presentaba su cándida y rosada mejilla. Yo la tomé entre las manos y la apliqué un beso... dos... tres... cuatro... todos los que pude hasta que oí rechinar la llave. Y me alejé á paso largo. Dejó de hablar D. Ramón. ¿Y después, qué sucedió? le pregunté con vivo interés. ¿Sin ver á Teresa? Sin ver á Teresa.
Nada en gracia de Dios. ¿Cuánto me quieres? Tanto así. Es poco. Pues como de aquí a la Cibeles... no al Cielo... ¿Estás satisfecho? Chí. Jacinta se puso seria. «Arréglame esta almohada». ¿Así? No, más alta. ¿Estás bien? No, más bajita... Magnífico. Ahora, ráscame aquí, en la paletilla. ¿Aquí?
Soledad la devoró con la vista largo rato y dejó escapar un suspiro. ¡Sí, si cualquiera hallaría á su gusto esta chiquilla! Y ella, que poseía los ojos más hermosos de Cádiz, envidió en aquel momento los pequeñuelos y maliciosos de su rival; quisiera ser bajita y tener la nariz remangada como ella. Isabel era rubia y desgarbada.
El criado le miró estúpidamente, sin contestar. ¿Cómo la había de conocer, él, que había pasado la vida detrás del ganado, y sólo iba a Lancia algún día de mercado a comprar o vender una vaca? El conde se hizo cargo de esto y preguntó enseguida: ¿Es bajita? No es muy alta, no, señor. ¿Ojos muy negros y vivos? ¿color bajo? ¿el andar muy suelto y elegante?
Palabra del Dia
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