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Era una gracia provocativa y seductora que no residía precisamente en sus ojos vivos y brillantes, ni en su boca, un poco grande, fresca, de labios rojos que a cada momento humedecía, ni en sus mejillas tostadas, ni en su nariz, levemente remangada: estaba en todo ello, en el conjunto armónico, imposible de definir y analizar, pero que el alma ve y siente admirablemente.

Gozaba también de una salud perfecta. Los únicos dolores que sentía eran en el costado izquierdo, después de reirse mucho. Valentina, bordadora también, y también rubia, no era tan hermosa. Sus ojos más pequeños, su cutis menos delicado, la nariz un poco remangada, más baja de estatura.

Velázquez había cesado de cantar y se inclinaba para hablar con Mercedes, quien con el codo sobre la mesa y la mejilla sobre la mano mostraba una actitud marcadamente displicente. Era graciosa esta Mercedes con sus ojillos chispeantes, los dientes blancos y menudos y la nariz remangada.

Desarmáron primero á Candido y á Cacambo, y les cogiéron sus caballos andaluces; introduxéronlos luego entre dos filas de soldados, al cabo de las quales estaba el comandante, con su bonete de Teatino puesto, la espada ceñida, la sotana remangada, y una alabarda en la mano: hizo una seña, y al punto veinte y quatro soldados rodeáron á los recienvenidos.

Soledad la devoró con la vista largo rato y dejó escapar un suspiro. ¡, si cualquiera hallaría á su gusto esta chiquilla! Y ella, que poseía los ojos más hermosos de Cádiz, envidió en aquel momento los pequeñuelos y maliciosos de su rival; quisiera ser bajita y tener la nariz remangada como ella. Isabel era rubia y desgarbada.

Algunas daban de mamar a sus hijos. El tipo de todas aquellas mujeres variaba poco: cara redonda y morena, nariz remangada, cabellos negros y ojos negros también, muy salados. Cada cierto número había una maestra, que se levantaba a nuestro paso. La principal del taller nos acompañaba. Desde que comenzamos a caminar por aquel gran salón de paredes desnudas y sucias, observé un chicheo constante.

Le complacía poco salir en procesión, bajo un paraguas, con la sotana remangada, perdiendo a cada paso los zapatos en el barro. Además, cualquier día, después de sacar en rogativa a San Bernardo, el río se llevaba media ciudad, ¿y en qué postura, como decía él quedaba la religión por culpa de aquella turba de vociferadores?

Presentación se volvió hacia ellos con ademán tan vivo, expresando tal furor en su movible fisonomía, que lo mismo Mario que su dulce compañera quedaron sorprendidos y levantaron los ojos para saber cuál era la causa. Un joven pálido, de pómulos salientes, nariz remangada y ojos claros, pero no serenos, se acercaba en aquel momento a la mesa con la cabeza descubierta.

Por las tardes llegaba al castillo como antes al Zarzal, con la sotana remangada, la teja bajo el brazo y la melena al viento. Reanudamos nuestras charlas, discusiones y disputas. Me parecía que el tiempo andaba con pies de plomo, y las cartas de Juno que respiraban la más completa felicidad, no eran a propósito para darme paciencia.

Son dos viejas cenceñas, enjutas, acartonadas; visten los oscuros trajes de la gente castellana azul oscuro, pardo negruzco, intenso blavo. Una de ellas tiene la nariz remangada y la boca saliente; otra tiene la boca hundida y la nariz bajeta. Y las dos miran al mozo, mientras hablan, con sus ojuelos grises, diminutos, un poco ingenuos, un tilde picarescos.