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Mientras Navarro disertaba, salió una voz de la cazuela gritando: Que hable don Rosendo. Y aunque el público castigó con un enérgico chicheo esta grosera interrupción, era unánime la opinión de que Navarro como orador «no tenía condiciones».

Algunas daban de mamar a sus hijos. El tipo de todas aquellas mujeres variaba poco: cara redonda y morena, nariz remangada, cabellos negros y ojos negros también, muy salados. Cada cierto número había una maestra, que se levantaba a nuestro paso. La principal del taller nos acompañaba. Desde que comenzamos a caminar por aquel gran salón de paredes desnudas y sucias, observé un chicheo constante.

Trató de evitar el saludo pasando á la acera contraria; pero el viejo, que no estaba tan borracho como suponía, le conoció perfectamente y le chicheó. ¡Eh! ¡Chis! Velázquez... Atraca, hijo... ¿Dónde va el hombre? Pues... á ninguna parte. Estoy tomando el fresco... y pensando en lo divertido que estará ahora su sobrino. ¡No lo creas!... Mi sobrino es un gallego desorejado.

Pero como no me gusta la comedia que estamos representando aquí bajo, chicheo en algunas escenas. Ya te mostraré yo remedio a todo. Rezando, implorando el favor divino, no queda en el pensamiento espacio a la impiedad. ¡Cuántas oraciones resultarán impías a los ojos de Dios! ¡Con qué frecuencia se confundirán en la plegaria del devoto la esperanza del beneficio propio y la avidez del mal ajeno!

El silencio era a la sazón la necesidad más apremiante que sentían los vecinos de Nieva allí congregados. El menor ruido era considerado como acto sedicioso y castigado inmediatamente con un chicheo amenazador. Estaban prohibidas las toses y los estornudos, y con penas más aflictivas aún la risa y las conversaciones. Se sudaba muchísimo, aunque la noche no era de las más templadas de otoño.

Aquel enjambre humano rebullía, zumbaba, produciendo en la atmósfera pesada, asfixiante, cargada de olores nauseabundos, un rumor sordo y molesto. Por encima de este rumor se alzaba el chicheo con que la asamblea me saludaba. Los ágiles dedos se movían, envolviendo el tósigo con que pronto se envenenaría toda España.

Al finalizar el acto, algunos amigos indiscretos quisieron aplaudir, pero el público se les vino encima con un inmenso y aterrador chicheo.