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Al atravesarla sentí el ruido que cerca producía la citada reyerta entre los licenciados y los suizos; oíase lejana algazara, y al extremo de largo callejón vi algunas mujeres que corrían gritando.

La muchedumbre se estancaba en las calles principales impidiendo el paso de los carruajes, que se veían obligados á permanecer inmóviles largo rato. De pie sobre ellos, máscaras con grotescas cabezas de cartón excitaban la risa de la gente, gritando y manoteando de un modo frenético: estaban roncos ya casi todos.

Lo cual, no pudiendo sufrir el demonio, desapareció en un momento, arrebatando en cuerpo y alma á su sacerdote, que jamás pareció, gritando que nunca le verían más en aquel lugar, de dónde, mal de su grado, era arrojado con deshonra y vergüenza.

Cuando sonó el pito del jefe y la máquina contestó con un formidable resoplido, D. Nemesio, presa de indescriptible ansiedad, asomó su calva venerable por la ventanilla gritando: ¡Puig! ¡Puig!... Mozo, mire usted si en el retrete hay un caballero catalán... El mozo se encogió de hombros con indiferencia.

Pero Ramiro, agitado, convulso, como si fuera a caer presa de un síncope, se puso a correr delante de ellos, gritando: ¡Álvaro, Álvaro! ¡Que entra la z... en tu casa! Dos criadas se asomaron a la escalera y contemplaron con estupor la escena. El viejo no se detuvo en el principal; siguió hasta el segundo, dando los mismos gritos.

En el momento en que el mozo oia lo que cada comensal le encargaba, lo anunciaba gritando desaforadamente como era necesario para que le oyese el cocinero, á una distancia de cuarenta ó cincuenta pasos. De modo que si pedian á un tiempo de comer varios comensales, los respectivos mozos gritaban á la vez; aquellos gritos se confundian y formaban un guirigay y un clamoreo que nos atolondraba.

Si la señora llega a venir y os interroga decidle que os he reprendido. Eso la alegrará. ¡Adiós! La condesa anda gritando como una loca; me busca. Más tarde hablaremos de los medios de apresurar nuestro casamiento. Marta lo siguió y acompañó hasta la puerta; pero, habiendo pasado un brusco capricho por el espíritu del intendente, se volvió y tomó a Marta en los brazos.

Más al suspender el cuerpo, a pocas pulgadas de la tierra, reventó la cuerda; y Arriaga, aprovechando la natural sorpresa que en los indios produjo este incidente, echó a correr en dirección a la capilla, gritando: ¡Salvo soy! ¡A iglesia me llamo! ¡La iglesia me vale!

Comía, recogía los mendrugos de pan que quedaban sobre la mesa, un poco de azúcar y otros desperdicios, se los metía en un bolsillo y echaba a correr. Algunas noches entraba en su hogar gritando: ¡A ver! ¡a ver! las zapatillas y el frasco del anís, que hoy velo a don Santos.

Antes que cumpliese dos años el primogénito de los Roldanes, logró Calvete enseñarle a pronunciar con la mayor perfección cierto vocablo de tres sílabas en que hay una aspiración muy fuerte. Encantado con su triunfo pedagógico, corrió por toda la casa gritando como un loco: ¡Señor don Alvaro! ¡Ya lo dice claro! ¡El señorito lo dice claro!