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Actualizado: 12 de noviembre de 2025
Y Reynoso, que por encima del muro había oído el grito, salía ya por la puerta del jardín y venía corriendo hacia ella. ¡Un secuestrador! ¡Un secuestrador! seguía gritando cada vez más sofocada Elena. Don Germán dirigió la vista al sitio que su esposa había dejado y vio a su hermana hablando tranquilamente con el bandido, aunque a respetable distancia uno de otro.
En este poema todos los seres animados o inanimados del universo expresan su opinión acerca del misterio de la existencia; y de la suma de estas ideas se propone el autor que resulte la clave de todo. Las diversas opiniones se expresan en el poema del mosquito filósofo por medio de voces que van sucesivamente gritando por las páginas del libro.
Los ojos de la muchacha se enrojecieron, su mano estrujaba el rojo mandil. Ramiro, en vez de ablandarse ante aquella humildad, enfureciose mayormente. Tomó de un hombro a Casilda e hízola girar con violencia, gritando: ¡Fuera de aquí la bellaca! Ella corrió hacia la puerta, y oyose al pronto sofocado gimoteo que se alejaba por la galería.
Y con firme brazo se asestó una puñalada en el mismo sitio en que había herido á Sorege. Siguió de pie, pero la voz se extinguió en sus labios. Un hilo de sangre surgió de la garganta y se deslizó por el traje blanco. Sus ojos se nublaron. Novelli se levantó en este momento y se arrojó sobre su compañera gritando: ¡Socorro! ¡Se ha herido! Un espantoso rumor partió de todos los puntos de la sala.
Entonces los que esperaban se avalanzaron hacia él entre humillados y rabiosos gritando y preguntándole a grandes voces: ¡Profanación! ¿Quién eres? ¿Por dónde has subido? Mientras el feliz mortal, mirándoles sin comprender su indignación, respondía con la mayor frescura: Soy Perico Mediano, y he subido por la escalera de servicio.
Arcale era un hombre grueso y activo, excosechero, extratante de caballos y contrabandista. Tenía cuentas complicadas con todo el mundo, administraba las diligencias, chalaneaba, gitaneaba, y los días de fiesta añadía a sus oficios el de cocinero. Siempre estaba yendo y viniendo, hablando, gritando, riñendo a su mujer y a su hermano, a los criados y a los pobres; no paraba nunca de hacer algo.
La mona se refugió entre las faldas de su ama, gritando: «¡Que me mata, que me quiere matar!» y Fortunata corrió a sujetarle, lo que no hubiera conseguido a pesar de su superioridad muscular, sin la ayuda de doña Lupe.
La sacaba del salón, la llevaba á la catedral y la encerraba en un confesonario: luego se marchaba, y las puertas del templo se cerraban. ¡Qué angustia! ¡qué desesperación!... Pero á fuerza de golpes lograba romper la puerta, y sin saber cómo se encontraba en medio del campo... Un golpe de gente venía hacia ella gritando: «¡Huye, Demetria, huye! ¡Ahí viene! ¡ahí viene! ¿Quién viene? preguntaba ella. ¡Un lobo! ¡un lobo que está rabioso!» Y ella se daba á correr; pero no podía: las piernas le pesaban como si fuesen de plomo: los demás corrían y ella no podía seguirles.
En el ensayo general nuestra amiga había hecho verdaderos prodigios: hubo un instante en que los pocos curiosos que asistíamos a él nos levantamos electrizados, convulsos, gritando desaforadamente. No pueden ustedes figurarse qué a maravilla decía su parte.
La calle, la plaza, el inmediato callejón de los gitanos, todo estaba en silencio, cubierto de nieve, sin la negra silueta de una persona. Siguió gritando, con la angustia del miedo, y por fin, de la primera casucha vio surgir una cara bronceada llena de arrugas, con ojos de curiosidad. ¡Salguerillo... Salguero! ¡Por tus muertos te lo pido! Avisa a la Teodora... que venga. Mi mujer se muere.
Palabra del Dia
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