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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Esta laboriosidad por mantener al macho y las novelas que circulaban sobre su alto origen atraían con curioseo irresistible a las hembras de las Cambroneras. La primera en introducirse en la casa fue la Teodora, la vieja de mayor prestigio del barrio: un dechado de sabiduría, respetada hasta por los hombres.
Aquella noche se habían dado cita todas las flacas de Peñascosa. Mas hete aquí que cuando empieza a arder la primera rueda de pólvora, columbra no muy lejos a la fresca D.ª Teodora, al sueño constante de su existencia, más radiante y más lozana que nunca, con sus cabellos blancos y sus mejillas rosadas de cutis terso y brillante. Verla y emprender la marcha hacia ella fue todo uno.
D.ª Teodora, al verse objeto de la curiosidad pública, se desmayó. D. Juan y la doncella la sostuvieron. D. Peregrín siguió increpando a su enemigo ausente. La muchedumbre rió, gritó, se agitó tumultuosamente. Al fin todo quedó en paz, y la pudibunda jamona tornó a su domicilio, donde la dejaremos esparciendo un torrente de lágrimas.
Dejose caer en una silla, como si al recibir el auxilio de aquellas mujeres sintiese de golpe todo el terror que la crisis le había causado. La Teodora examinó a la enferma, mientras Isidro le explicaba lo ocurrido con voz temblona. Ella conocía estos accidentes: había visto a muchas mujeres sufrir lo mismo en sus embarazos.
La doncella Teodora refiere las singulares aventuras que suceden en Orán, Constantinopla y Persia á una joven española de admirable ingenio y belleza; figuran también en este drama un profesor de Valencia, un catedrático de Toledo, el Rey de Orán; Selin, gran señor de Turquía, y el Sultán de Babilonia.
Procuró asimismo demostrar su incontestable superioridad intelectual sobre su hermano, llevando la contraria a cuanto decía, sonriendo despreciativamente cuando hablaba, vejándole, en fin, de mil modos. D.ª Teodora, sin embargo, resistió tenazmente esta suplantación.
Es el retrato de sor Teodora de Aransis indicó Alonso con respeto , superiora del convento de San Salomó, donde murió ya muy anciana y en olor de santidad hace diez años. ¡Guapa monja! ¿Qué tal, D. José?». Don José dijo al oído de Miquis: «¡Si pestañeara!...».
Tuvole el Infante por disculpado, y Fernan Jimenez despues de haber recogido los suyos, se fué á Constantinopla donde le recibió Andronico con muchas muestras de agradecimiento, de que le hubiese venido á servir y por mostrarlo con efecto, le dió por mujer una nieta suya viuda, llamada Teodora, y el oficio de Megaduque que tuvo Roger y despues Berenguer de Entenza.
Pero, apenas hubo oído dos versos que el que cantaba iba prosiguiendo, cuando le tomó un temblor tan estraño como si de algún grave accidente de cuartana estuviera enferma, y, abrazándose estrechamente con Teodora, le dijo: ¡Ay señora de mi alma y de mi vida!, ¿para qué me despertastes?; que el mayor bien que la fortuna me podía hacer por ahora era tenerme cerrados los ojos y los oídos, para no ver ni oír a ese desdichado músico.
Yo, Teodora, soy el que me hallé presente a las sinrazones de don Fernando, y el que aguardó oír el sí que de ser su esposa pronunció Luscinda.
Palabra del Dia
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