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A los ocho años de estéril matrimonio naciole una niña grande y hermosa, suceso que le alborozó como alborozaría a un monarca el natalicio de una princesa heredera; más la recia madre leonesa no pudo soportar la crisis de su fecundidad tardía, y enferma siempre, arrastró algunos meses la vida, hasta soltarla de malísima gana.

Clarita hubiera, pues, entrado en seguida en el convento, como lo deseaba y lo pedía; pero la crisis de su alma había influído poderosamente sobre su hermoso cuerpo.

En algunas de estas extrañas crisis don Manuel tomaba entre sus manos ardientes la cabeza gentil de la niña y, mirando en éxtasis sus ojos garzos y profundos, le había dicho con fervor: Llámame padre..., ¿oyes?... llámame padre. La niña, trémula, decía que .

Aquello era club incipiente, redacción de periódico, academia parlamentaria, todo esto, y algo más. ¡Qué hervidero! ¡Cuántas pasiones, cuántas crisis, cuántas revoluciones, cuánta historia, en fin, bullían dentro da aquel pastel que acababa de ponerse al fuego!

He ganado en esta crisis, que tanto me atormentó, una intimidad más estrecha con él; me permite que le lea y encuentra que lo hago bien y con inteligencia. Observe usted esto, señor cura; mi padre, que sabe lo que se dice, asegura que leo con inteligencia. No me gustaba nada más que la vida de los santos, con tal que no fuesen muy largas ni atestadas de notas.

Esa crisis se operó hacia la primavera, en el momento mismo de cumplir los diez y siete años. Un día a fines de abril, y debía ser jueves, porque tuvimos asueto los colegiales salí muy temprano de la ciudad, a pasear al azar por los grandes caminos.

Un dolor inmenso lo anonadó; creía haber sufrido hasta entonces; pero esto no era nada en comparación de lo que sentía en aquel momento, torturado por la certidumbre de haberse hecho ridículo u odioso a su adorada María Teresa. Después de esta última crisis, el señor Aubry estuvo varios días en peligro. Durante algún tiempo, los médicos consideraron desesperado su estado.

Es la manera más práctica de evitar los comentarios de los habladores, siempre en acecho. El tapiz de la abuela pasa a los ojos de todos por una maravilla, que los amigos de nuestros amigos están en la obligación de venir a admirar. Así todo será natural para Celestina, y nos evitará una crisis de indignación de su parte, que no dejaría de ocurrir si ella supiera...

¡Que vengan después a decirnos que estamos en crisis! exclamó don Raimundo; mire usted, amigo Esteven, el movimiento y la vida de esta ciudad populosa y rica; todos parecen nadar en la opulencia y llevan cara de satisfacción. Allí va la mujer de S *, el fantasmón de quien le hablaba hace poco: fíjese en su tren de princesa; entretanto, el marido no paga a nadie. Y así muchas y muchos.

Pronto se pasó de este modo una semana entera, al cabo de la cual, con no menor pompa y estruendo, volvió a Villafría el ilustre diputado D. Jaime, acompañado de D. Acisclo y de Pepe Güeto. En la casa de D. Acisclo se renovaron las comilonas, las fiestas espléndidas y todo el lujo de que ya se había hecho gala la primera vez. Solución de la crisis