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Salí al campo cantando una mañana, y vi sobre su alfombra una siembra de gotas cristalinas, de polícromas gotas. ¿Quién había llorado aquella noche? ¿Fueron, quizá, las sombras? ¿Fueron, quizá, los astros? ¿Fuera, quizá, la luna soñadora...? No , no quién fuera, pero lágrimas eran tales gotas; lágrimas transparentes y de luces radiantes como auroras...! Dicen que tienen alma las estrellas; mas, ¿por qué lloran?

Lord Gray por unos moldes de cera que le envié, falsificó las llaves de la casa, le escribí fijando hora, fue... salí... Pero ¡ay!, al verme fuera de casa, parece que se me cayó el cielo encima con todas sus estrellas... lord Gray me llevó a una casa que está muy cerca de la nuestra, en la calle de la Novena... No era aquella su vivienda. Salió una señora de edad a recibirnos.

Se escapó, señor, se escapó no hace media hora.... En un momento que me descuidé.... Salí a comprar varias cosas.... Le dejé paseando en el comedor con el capote puesto y la espada ceñida. Como otras veces andaba en el mismo empaque, no sospeché.... Todavía no habrá salido de la ciudad.

En cuanto pude disponer de un rato de libertad, después que mi amo quedó instalado en casa de su prima, salí a las calles y corrí por ellas sin dirección fija, embriagado con la atmósfera de mi ciudad querida. Después de ausencia tan larga, lo que había visto tantas veces embelesaba mi atención como cosa nueva y extremadamente hermosa.

Despues de mediodia salí en el bote, con el Super-Intendente y el Ingeniero, á reconocer la boca de este rio, á cuyo tiempo llegó el cacique Uzel con algunos indios, y á las cuatro de la tarde volvimos á bordo.

Pero no resistirá, yo se lo aseguro a usted; perfectamente cómo se hacen estas cosas: cuando se ha dado un paso en vago como el que ha dado esa mujer... cuando está ofendida la moral pública... Bien, bien; ¿quedamos convenidos? , señor. Envíeme usted el fraile. Le enviaré al momento. Adiós. Servidor de usted, caballero. Salí dejando sobre la mesa del comisario algunos billetes de banco.

Dos años largos hacía que salí de Manila y residía en aquel pueblo. Sus costumbres, su manera de ser, sus campos, su industria, su agricultura, sus edificios, y hasta el nombre de sus habitantes me eran conocidos.

Estos colmados andaluces resumen el carácter de la región: son pequeños, pintorescos y complicados. Salí del colmado, fuí a un café de la calle Ancha, tomé unas copas de licor y me marché de allí dispuesto a todo. Era ya de noche; mis botas metían un ruido tremendo por las calles desiertas.

A la noche siguiente dejé muy tarde la mesa en que acababa de comer en compañía de Flavia y la conduje hasta la puerta de sus habitaciones. Allí besé su mano y me despedí de ella deseándole tranquilo reposo. Inmediatamente cambié de traje y salí. Sarto y Tarlein me esperaban con tres hombres y los caballos. Sarto llevaba consigo una larga cuerda, y ambos iban bien armados.

Tardé en salir de ella, y salí como para entrar en la sepultura. El roble se bamboleaba como si le faltara la tierra que le sostenía, o se te despegaran de ella las raíces, o no pudiera con el peso de su propio ramaje.