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»De pronto se dio una palmada en la frente, y en seguida me refirió, con muy curiosos pormenores, una visita que había hecho el día antes a Leticia. » ¡Esa es la mano! dije sin titubear . De ella es el rastro que yo veía sobre el papel. No andando suelto por la tierra Satanás, sólo en Leticia, contrariada y ofendida, cabe una felonía como esa. ¡Qué desalmada!

No se dará por ofendida, cuando en realidad le han propuesto la infracción de una ley moral, civil y religiosa, su deshonra y la de su casa, y tal vez la vileza de un hurto de bienes materiales, si llega a tener un hijo.

En fin, no podemos soportar la idea de que Vd. algún día nos juzgue sabedores, tal vez cómplices, de la perfidia de su ingenio. No la quiere a Vd., no puede quererla, señorita. Usted une, a sus muchas cualidades, la riqueza: esta es la madre del cordero. Es mentira dijo Paz ofendida me quiere por , por sola. Lo que Vd. dice no es verdad. ¡Ojalá no lo fuese!

Ni el orgullo, que creía rebajado por la persona que hacía el favor, ni la contrariedad de ver ofendida a esa misma persona, eran motivos bastantes a justificar su mal humor.

Era una proposición agradable y exactamente lo que Nancy deseaba; entonces, ¿por qué se sintió algo ofendida de que el señor Godfrey se la dirigiera? Entraron, y ella se sentó en una de las sillas contra las mesas de juego, considerando aquella posición como la más decente y la más inaccesible que pudiera escogerse. Gracias, señor dijo la joven inmediatamente . No quiero causaros más molestias.

Y Nélida, ofendida, sólo había tenido desde entonces palabras tiernas y caricias para los dos animales. En cuanto a él, lo detestaba. Comenzó a zarpar el vapor. Soltáronse los cabos que lo unían a tierra; la proa se apartó del muelle. Rugía la música la marcha de partida. Algunos pasajeros se mostraron inquietos recordando a los de la comitiva del desafío. Se iban a quedar en tierra.

¡Yo! exclamó ella con el acento de la dignidad ofendida ; ¡pero estás loco! Yo no tengo devaneos más que contigo... ¿De cuánto tiempo puedes disponer? De todo el que quieras. Podrías tener un disgusto en tu casa. Es verdad... pero ¿y qué? Y en el acto se acordó de las amonestaciones de Feijoo. Claro; no había necesidad de descomponerse, ni de faltar a la religión de las apariencias.

El continuar juntos, dice ella, sería causa de debilidad y a todos nos dañaría. Ella sola tiene también colosales proyectos. Quiere visitar la Meca, el reino del Preste Juan, el Egipto, la Tierra Santa y qué yo cuántas otras regiones. Por Dios no tengáis pesadumbre de que nos separemos de vosotros. La pesadumbre de Morsamor sólo podría nacer, si la tuviese, de su vanidad ofendida.

Si le confieso mis perplejidades, despreciará mi debilidad y se negará a defenderse, la conozco, ofendida en su orgullo tanto como en su amor.

Sólo faltaba que me la repitiera él, y ya me la había repetido, sin que tampoco al oírla yo brotar de sus labios, trémulos por la pasión, saltaran a mi rostro «las lavas del volcán de mi dignidad ofendida». El mal espíritu me ataba de pies y manos para que fueran inútiles mis instintivas, resistencias.