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Había encendido la luz ya tres ó cuatro veces y tomado entre las manos un tomo de la Historia sagrada; había creído conciliar el sueño otras tantas; pero en cuanto daba un soplo al velón volvía á quedar despabilado. Al fin se resignó á permanecer en esta forma con los ojos abiertos dejando vagar su pensamiento por aquellos asuntos que más le interesaban.

Á los 10 de mayo, á hora de Vísperas, llegó Fray Copones, inviado por el gran Maestre en una fragata con la nueva que la armada turquesca había estado en el Gozo, que pluguiera á Dios que tal nueva no llegara, que ciertamente fué causa de la perdición que sucedió al armada de los cristianos, que otramente, todos estaban seguros y firmes, y jamás acaeciera semejante desgracia; y según esta nueva, todos hacían cuenta que dentro de dos días á lo más largo la armada turquesca parecería, y así Su Excelencia hizo toda la diligencia posible para embarcarse aquella noche con todo el resto, y no fué posible hasta el día, porque los alemanes le daban gran pesadumbre y trabajo, que no estaban aún determinados de quedar en el fuerte, ni se habían podido acordar; y entendiendo ellos que Su Excelencia quería ir á hablar con el señor Juan Andrea Doria á las galeras, para dar la mejor expedición que acordasen, los sobredichos alemanes tomaron la palabra á Su Excelencia que sin ellos no se fuese, y fué fuerza que Su Excelencia se lo prometiese y la cumpliese después, cosa por cierto muy conviniente y de gran valor, que un Príncipe cumpla aquello que promete, mayormente no habiendo sospecha de contrario suceso; y así Su Excelencia se embarcó y fué á donde estaba el señor Joan Andrea Doria, dejando en tierra á Alvaro de Sande para que diese órdenes en las cosas que fuesen menester, el cual dicen que se echó en la cama á reposar.

El Duque, oídas las razones que para quedar allí le había dado, túvolo por bien, y con la comodidad que tuvo, que fué harto peligrosa, se fué en Sicilia, donde nuestro Señor fué servido que llegase á salvamento. El Duque.

Jacobo habíase sentado mientras tanto en una silla, al otro lado del pequeño secrétaire, que vino a quedar entre ambos; encontróse algún tanto embarazado después de este primer saludo, y esperando que la marquesa entrase la primera en el terreno en que uno y otro deseaban encontrarse, púsose a hablar de la afluencia de hombres políticos de todos colores que llegaban en aquellos días a Biarritz; parecía aquello la costa a que la República de España fuese arrojando los restos del naufragio de la monarquía saboyana.

Aquí se había perdido un trasatlántico italiano que iba á Buenos Aires... más allá un velero de cuatro palos había encallado, perdiendo su cargamento... El sabía por centímetros el agua que podía quedar entre los peñascos traidores y la quilla de su buque. Buscó con predilección los fondos más inquietantes.

Con tales condiciones, forzosamente tenia que decaer el arte ojival en el siglo XV; y si á esta decadencia se agregaba en el siglo XVI el abandono que de él hacian los pontífices y el fomento que daban al nuevo sistema arquitectónico los príncipes y magnates, y la misma Iglesia un tanto secularizada, claro es que del antiguo modo de edificar no podian quedar en breve mas que los mudos ejemplos en los monumentos y el indiferente recuerdo en los hombres.

Sólo diré para concluir que en el teatro, durante la representación, deben amortiguarse las luces y quedar el público en misteriosa penumbra, á fin de que la luz y la atención se fijen en la escena: que una vez el telón descorrido, deben cesar las conversaciones y deben abstenerse las damas y los caballeritos de flirteos ó coqueteos: y que terminada la representación, debe haber mucha luz para que las mujeres muestren su hermosura y sus galas.

Con todo, la dificultad permanente, la contradicción que se observa en su naturaleza es, que al paso que debe quedar resguardado necesita estar en relación con el mundo exterior, pues no puede aislarse como el esquino.

Y se aleja para buscar á Castro, mientras Miguel Fedor vuelve á quedar inmóvil en su asiento, sin comprender nada. Lo vió de pie ante su velador, con cierto apresuramiento en sus gestos y ademanes, como un hombre que arrostra una situación penosa y quiere salir de ella cuanto antes.

El reloj del Cabildo muestra su enorme esfera iluminada, marcando la hora bendita de la comida; la feísima Pirámide va a quedar pronto sola, hundida hasta las rodillas, aterida de frío, porque el viento del río la consume y la humedad devora la cal y el revoque de su vestimenta; aburrida, porque los figurones en camisa, que la decoran, no la prestan compañía.