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Su lenguaje llama particularmente nuestra atención. Quizás ningún otro poeta cómico del mundo ha sido tan feliz en conciliar la dignidad poética con la viveza y animación del diálogo.

El doctor Montifiori era un católico recomendable, desde todos puntos de vista; miembro de dos o tres hermandades religiosas, él sabía conciliar, como nadie, la misa de la una del día con la cena alegre de la una de la noche, la hostia sacrosanta del altar con los mariscos perfumados del Café de París.

La pobre Judit que, hasta entonces, había dormido perfectamente, aquella noche no pudo conciliar el sueño. ¡Era la primera vez! A la mañana siguiente, levantose con el rostro pálido, los ojos hinchados... La tía, entretanto, no dejaba de sonreír. Era imposible hablar del desconocido sin que el lindo rostro de Judit se cubriese de súbito rubor... Y la tía continuaba sonriendo.

Tardé en conciliar el sueño, como sucede siempre que uno anda caviloso, y por dos o tres veces, cuando ya creía ganarlo, me despertó un gran estremecimiento parecido a la emoción que se experimenta al tocar el botón de una máquina eléctrica. Al fin me dormí.

Pero este Ayuntamiento, siguiendo siempre las ideas de conciliar el respeto de la autoridad con la tranquilidad pública, ha deliberado, como único medio para conseguirlo, el nombrarle á V. E. acompañados en el egercicio de sus funciones, hasta que convocada la Junta general del virreinato, resuelva lo que juzgue conveniente. Lo que participa á V. E. para su perfecta inteligencia.

Y los Señores, tratando de conciliar los respetos de la Autoridad Superior con el bien general de estas interesantes provincias, propendiendo á su union con la capital, y á conservar franca la comunicacion con las demas del continente, cuyo objeto jamas ha podido perderse de vista, acordaron que, sin embargo de haber á pluralidad de votos cesado en el mando el Exmo. Sr.

El cura llegaba a ponerse frenético y se le oía dar vueltas después en la cama sin lograr conciliar el sueño. En cierta ocasión descubrió en el baúl de un alumno un libro de mitología con estampas deshonestas, y se lo llevó a su cuarto.

El cuarto aquel era curioso. La cama se ostentaba lo más horizontal que le era posible sobre dos banquillos, cuyas tablas sostenían un jergón de tan tortuosa superficie, que el durmiente rodaba en él de cima en cima antes de poder conciliar el sueño.

Estuvo tres sin salir de su cuarto, sin probar apenas manjar alguno de los que Cecilia le llevaba, y, lo que es aún peor, sin lograr conciliar el sueño. Con los ojos abiertos y extáticos, se pasaba horas y horas tendido en su lecho, mirando a las tinieblas. En la noche tercera, a eso de las tres, encendió luz, se vistió y se puso a escribir una larga carta a su tío.

Las primeras noches que se duerme en Agaña, es imposible conciliar un sueño tranquilo y sostenido.