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El moribundo, con los ojos cerrados, parecía prepararse a conciliar el sueño dulce que anhelaba. La estancia se oscurecía por momentos fuertemente y en otros se esclarecía, revelando la espesura de las nubes que interceptaban la luz del sol.

Bien comprendía que las señoras le estaban mirando y no con gran benevolencia. Al cabo de un rato, como en realidad no podía ni tenía deseo de conciliar el sueño, se alzó del asiento y se asomó a la ventanilla. La noche era clara y tibia; la vasta llanura erizada de lomas se extendía debajo de un cielo tachonado de estrellas.

A nadie contrariaba; con nadie reñía; tenía el talento de saber callar, siempre temeroso de que le conocieran, empeñado en ser un arcano para todos, sonriendo, poniendo paz, tratando de conciliar sus deseos y sus malas pasiones con los preceptos de la moral más severa, el cumplimiento de la ley divina con la utilidad y conveniencia propias.

Pero no; Plutón se contentaba con dirigirle largas miradas entre codiciosas y burlonas sin dirigirle la palabra. Una vez, sin embargo, al asomarse al corredor por la noche, creyó ver en la calle relucir unos ojos entre las tinieblas, mirándola fijamente. Se retiró con presteza y en toda la noche no pudo conciliar el sueño.

A la luz de la palmatoria que sobre la mesilla de noche ardía púsose a leer, según su costumbre, una novela del vizconde d'Arlincourt, para conciliar el sueño. Gustábale el género romántico, y pasábansele a veces las noches de claro en claro, cual si tuviese quince años, compadeciendo los dolores de alguna Clarisa o participando de las ternezas de algún Adolfo.

La huella de sus pasos no se borrará jamás en los anales del derecho humano, porque ellos han sido los primeros en hacer surgir nuestro moderno concepto de la libertad, de las inseguridades del ensayo y de las imaginaciones de la utopía, para convertirla en bronce imperecedero y realidad viviente; porque han demostrado con su ejemplo la posibilidad de extender a un inmenso organismo nacional la inconmovible autoridad de una república; porque, con su organización federativa, han revelado según la feliz expresión de Tocqueville la manera cómo se pueden conciliar con el brillo y el poder de los Estados grandes la felicidad y la paz de los pequeños.

Buena parte de la noche se pasó con la relación de Malespina y de otros oficiales. El interés de aquellas narraciones me mantuvo despierto y tan excitado, que ni aun mucho después pude conciliar el sueño. No podía apartar de mi memoria la imagen de Churruca, tal y como le vi bueno y sano en casa de Doña Flora.

Todas las heredades de mi padre político son de mis cuñados y cuñadas; si ellos no lo aseguran en el contrato, ¿cómo presentar así un joven sin carrera y sin fortuna a una familia más rica que nosotros? El amor lo compensa e iguala todo para los jóvenes, pero ellos no son los que cierran los contratos. Estoy tan preocupada que no puedo conciliar el sueño. 9 de noviembre de 1819.

Cuando regresé a mi alcoba me sentí calenturiento y me metí entre sábanas; pero sólo logré conciliar intranquilo y mil veces interrumpido sueño. Recuerdo que aquella noche fuí testigo de los episodios más sangrientos de la conquista de México.

Cuando quería dormir se extendía en aquella misma butaca, y apoyada en varios almohadones, lograba conciliar el sueño. Una lámpara muy lujosa, llevada de Madrid, iluminaba el gabinete, mientras Clotilde estaba desvelada, encendiéndose en su lugar, cuando quería dormir, una bujía puesta en el suelo y tapada con una manta colgada entre dos sillas.