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Actualizado: 18 de julio de 2025


Asintió el jorobado con toda su alma, porque aún más que la desgracia de su hija, le preocupaba el vengarse del excusador. Y comenzaron a cuchichear largamente sobre los medios de llevarlo a cabo. Habían dado ya las cuatro de la madrugada cuando Obdulia salió del cuarto de su padre. Se metió en la cama con fiebre. No pudo conciliar el sueño.

Barcelona, pues, está ligada á los pueblos interiores y de la costa por cuatro ferrocarriles, y no muy tarde habrá terminado los que conducen á Madrid, por Lérida y Zaragoza, á Valencia ó el sur, por Tarragona, y á Francia, por Gerona. Barcelona es interesante bajo todos aspectos, porque ha querido conciliar la actividad económica con los goces refinados de la civilizacion.

Tocante al color, se puede afirmar lo mismo; porque si bien comunmente transferimos la sensacion al objeto y nos ponemos en cierta contradiccion con la teoría filosófica del color y de la luz, esta contradiccion no es mas que aparente; pues en el fondo, bien examinado el juicio, solo consiste en referir la impresion á objetos determinados; por manera que cuando por primera vez oimos en las cátedras de física que los colores no están en el objeto, fácilmente nos acostumbramos á conciliar la teoría filosófica con la impresion del sentido; pues al fin esa teoría no altera la verdad de que tales ó cuales impresiones nos vienen de estos ó aquellos puntos de los diferentes objetos.

La comida, de suyo triste, más triste se hizo para ellas con la noticia de que, si no contra el Turco, para Nápoles había de embarcarse Cervantes; y levantados que fueron de la mesa, fuéronse todos a dormir la siesta, que así era uso, aunque nuestro Cervantes y nuestras dos enamoradas no pudiesen conciliar el sueño, combatidos como estaban por sus graves, celosos y tristes pensamientos.

Mañana veré si puedo conciliar varias cosas. Vuelva usted por acá, viernes o sábado.... Y.. diga usted. ¿Tiene usted buena letra? Regular, señor licenciado. Vamos, vamos. Allí tiene usted lo necesario. Obscurecía. En la mesa había un candelero con una bujía. ¿No ve usted? Pues encienda la vela y escriba lo que guste. Obedecí.

Mientras se dormían, papá y tiita habían de estar bien pegaditos a las camas sin moverse. Si mantenían conversación entre , las niñas se agitaban y tardaban mucho más en conciliar el sueño. Así que procuraban guardar silencio, o cambiar solamente palabras sueltas en voz baja. Cecilita no podía dormirse sin tener cogida una oreja de su tía.

Aquella sobreexcitación no se había disipado todavía. No había hecho más que alcanzar ese grado en que la sensibilidad se vuelve tan delicada que hace intolerable todo estimulante exterior; ese grado en que no se siente fatiga sino más bien una intensidad de vida interior, bajo el imperio de la cual es imposible conciliar el sueño.

Temía haber dejado algo por hacer. Y seguía apresuradamente su camino. Cuando llegó la noche, Pomerantzev trató en vano de conciliar el sueño: daba vueltas, suspiraba; pensaba en mil cosas, pero no lograba dormirse. Entonces se volvió a vestir y se fue a ver al muerto. El largo corredor no estaba alumbrado sino por una lamparilla, y apenas se veía en él.

Tardé en conciliar el sueño, como sucede siempre que uno anda caviloso, y por dos o tres veces, cuando ya creía ganarlo, me despertó un gran estremecimiento parecido a la emoción que se experimenta al tocar el botón de una máquina eléctrica. Al fin me dormí.

A pesar de que su imaginación se le insubordinaba, pudo conciliar el sueño y descansar profundamente. Cuando despertó, vió que entraba un rayo de sol por una alta ventana iluminando el destartalado zaquizamí. Llamó a la puerta, vino el carcelero, y le preguntó: ¿No le han dicho a usted por qué estoy preso? No. ¿De manera que me van a tener encerrado sin motivo? Quizá sea una equivocación.

Palabra del Dia

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