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Y lo que más desgracia dicha revista ó Mensajero, siempre, según nuestro autor, son las novelas y cuentecitos que allí se insertan, «donde hierven tales osadías de ideas y tales arrojamientos de frases y de palabras, y donde se refieren lances y percances tan crudos y poco decentes y situaciones tan escandalosas, que muchos padres de familia, luego que recibían el tal Mensajero, le escondían con cuidado para que no le leyesen sus hijas».

Madre dijo él acercándose hasta tocarla, cuando te hube confesado todo, ¿no te dirigiste a su conciencia? ¿No le predicaste que, si me amaba verdaderamente, debía renunciar a , porque hacía mi desgracia, y sabe Dios cuántas otras cosas? Madre ¿no has hecho eso?

Y todo el cariño que ella me tenía cuando yo estaba en pañales, lo heredó él, y lo supo conservar, y ahora me lo da. ¡Qué desgracia tan grande, la muerte de mi mamá! Siempre hablamos de ella, siempre la tenemos presente: ¡Si yo pudiera verla un día!

Pero sábelo, bandido, canallita, golfo presumido, sosaina: Feliciana tiene la desgracia de haberse chalao por ti; Feliciana te quiere; pero es mujer, y calla, y se le corrompe la sangre al ver que este burro, o no lo conoce, o es un ladrón que se divierte fingiendo que no se entera. Detrás de la careta sonó un suspiro.

Desconfío de porque sospecho que contribuíste á perderme y que estás dispuesto á hacerme traición. ¡Yo! exclamó Sorege. ¡Yo! tu amigo de la infancia, que ha llorado tu desgracia como si fuera suya... Y que continúa no haciendo nada para repararla, interrumpió bruscamente Jacobo. ¿Desde cuándo sabes que Jenny Hawkins es la misma mujer que Lea Peralli?

Abrióse la mampara y entró un hombre, que parecía una figura de cromo: muy encendido el color, el bigote afeitado, la nariz encorvada, los ojos pequeños y penetrantes, con un levitón color de café y una chistera tornasol; era el muy respetable señor don Raimundo de Melo Portas e Azevedo, de estado casado, de nacionalidad portugués y de profesión usurero, el ángel protector de empleados impagos y pensionistas atrasados, el agente de funeraria de toda quiebra, el cuervo voraz de toda desgracia, el pastor de los hijos de familia descarriados.

¿Tengo yo alguna culpa de tu desgracia? terminó preguntando . ¿Soy ahora otro hombre que la última vez que nos vimos? Ella movió la cabeza tristemente. No podría convencer á Miguel por más que hablase; era superior á sus fuerzas el explicar sus nuevos sentimientos. Parecía desalentada ante el obstáculo que se había interpuesto entre los dos.

¡Pues mira qué desgracia! contestó la tía María . Deje usted que se ponga buena, y entonces podrá cantar de día y de noche como un reloj. Pero estoy pensando que lo mejor será que yo me la lleve a mi casa, porque aquí no hay quien la cuide ni quien haga un buen puchero, como lo yo hacer.

Yo me compadecí de la infeliz porque la mudez me parece una gran desgracia para una niña casadera. Afortunadamente, sólo se trataba de una mudez artística. La chica tenía una lengua bastante suelta; pero el director no se atrevía a confiarle más que papeles silenciosos. Y ¿por qué no la dejan hablar?

¡Vamos a Florencia! dijo ella. Y don Diego hizo enganchar para Florencia. Encontró en la ciudad un aspecto de fiesta que parecía exacerbar su desgracia. El primer día que fue conducida al paseo, que oyó la música de los regimientos austriacos y que las floristas mofletudas arrojaron su mercancía en el coche, reprochó duramente a su marido el haberla expuesto a un contraste tan cruel.