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No puedo dudar que Sorege tuvo cierta inquietud al verme hacer averiguaciones sobre la existencia de Lea y sobre sus relaciones con ella. Su actitud, sus palabras, todo me prueba que adivinó que yo poseía parte del secreto. Pero entre esa parte y el todo hay tal distancia, que tiene la convicción de que nunca llegaré á descifrar el enigma.

Marenval, que acechaba á su compañero hacía largo rato, se acercó entonces y preguntó, no sin inquietud: ¿Qué diablos de conferencia han tenido ustedes los tres en ese rincón? Por los ademanes, me parecía que la conversación era grave. Y no se engañaba usted. Á poco me ofrece miss Maud llevarme ella misma á la Nueva Caledonia... ¡Usted se chancea! No, por cierto. Y esto, delante de Sorege.

Porque no voy tan lejos como pudiera ir, ¿comprendes? y no veo en todavía más que un amigo infiel que me ha abandonado en vez de defenderme. Pero si por tu desgracia hubieras sido cómplice... La fisonomía de Jacobo tomó una expresión terrible, se levantó y resuelto, amenazador, dominando con toda la altura de su cabeza á Sorege encorvado y vacilante, añadió.

Te agradezco tu franqueza y no abusaré de ella para perderte. ¡Yo no soy un Sorege! Pero es preciso que yo me disculpe y para ello necesito la prueba material de mi inocencia. Esa prueba sólo puedes proporcionármela. ¡Te la daré! ¡No vacilo! He sufrido demasiado y no puedo ya vivir así. ¿Quieres que te escriba la confesión que te he hecho? ¡Estoy pronta!

Podría ignorarlo perfectamente, pues el pasado de esa amable muchacha no me interesa gran cosa, pero no lo ignoro, querido Cristián. Me entero por gusto de lo que se refiere á las personas que trato, aunque sea de pasada, y estoy al cabo de la calle acerca de Jenny Hawkins. Que no se llama así. No, dijo fríamente Sorege, se llama Juana Baud, ó Baudier, y es francesa. ¿Estás contento, Tragomer?

Pareció, sin embargo, escuchar con interés las últimas palabras de Cristián, pues dijo, poniendo suavemente la mano en el brazo de su amigo: Nadie tiene derecho de disponer de Sorege sin mi consentimiento. No pertenece á nadie más que á mi y no pienso abandonarlo ni aun á la justicia. Tendré la piedad suprema, que él no tuvo conmigo, de sustraerlo á la vergüenza.

¿Y si se ha engañado? La justicia no se engaña, aunque es algunas veces engañada, que no es lo mismo. ¿Había, pues, en ese asunto alguien que tuviera interés en engañar á la justicia? Acaso. ¿Le conoce usted? No, no le conozco. En este momento Sorege, inquieto al ver que la conversación de Tragomer y de su prometida se prolongaba, apareció en la puerta del salón.

¿Cómo llama usted al modo con que se conduce conmigo? dijo. Esto se llama en todos los países del mundo una emboscada. ¡Estaba usted apostado para escuchar y sorprenderme!... ¡Vamos! Llame usted á sus acólitos. Ya es tiempo de que nos veamos cara á cara. El Sorege circunspecto y discreto que ordinariamente se veía había desaparecido.

De que Sorege hubiera pasado por San Francisco en la misma época que él y de que estuviera en el cuarto de Jenny no se deducía que fuese un criminal. Y, sin embargo, si Jenny Hawkins era Lea Peralli... Al llegar á este punto, Tragomer se encontraba ante un oscuro abismo que en vano intentaba sondar.

Miss Harvey reflexionó un instante y dijo después con gravedad: ¡Y esa inocencia era conocida de Sorege, según ustedes! No cabe duda. ¿Podrán ustedes probarlo? Resultará claramente de la prueba que vamos á intentar y para la cual necesitamos el concurso de usted. Vea, pues, de lo que se trata. Pasado mañana comemos en casa de su padre de usted con algunos de sus amigos.