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Actualizado: 17 de junio de 2025
Declaren ustedes antes, señores, que no quieren abusar de esa carta para hacer daño á una mujer, dijo Campistrón con acento de dignidad, poniéndose una mano sobre el corazón. Juana Baud ha sido muy amada... ¡Era tan hermosa! ¿Pueden ustedes darme su palabra de que no hay celos de por medio? Se la doy á usted, dijo Tragomer, por el señor y por mí.
Podría ignorarlo perfectamente, pues el pasado de esa amable muchacha no me interesa gran cosa, pero no lo ignoro, querido Cristián. Me entero por gusto de lo que se refiere á las personas que trato, aunque sea de pasada, y estoy al cabo de la calle acerca de Jenny Hawkins. Que no se llama así. No, dijo fríamente Sorege, se llama Juana Baud, ó Baudier, y es francesa. ¿Estás contento, Tragomer?
Bien sabe usted que me ha dicho que Jenny Hawkins era Juana Baud... No puede usted salir de este paso sino por la franqueza. Si ha cometido una falta, explíquela sin reticencias, pero no trate de negar, porque es inútil. Cada paso que dé ya en esa vía, le perderá más seguramente...
Pero, continuó Cristián, es necesario, por mucho que lo deplore, hacerte saber qué ha sido de Juana Baud. La pobre muchacha no ha tenido el destino dichoso que tú le deseas, porque en el momento en que te prendían, estaba muerta. ¡Muerta! exclamó Jacobo. ¿Cómo? Mi querido amigo, es la evidencia.
Entonces, señores, voy á complacerles... Mujer, busca en la taquilla la letra B... Aquí todo es administrativo; de otro modo no nos entenderíamos. La señora de Campistrón abrió un mueble y se puso á buscar los papeles. Tragomer, deseoso de completar sus noticias, continuó: Ha dicho usted, señor Campistrón, que Juana Baud era muy hermosa... ¿Tiene usted, por casualidad, algún retrato suyo?
Es Juana Baud, y como Juana Baud es Jenny Hawkins, no puede haber error. Tragomer no respondió, abstraído en mirar el retrato, que representaba una hermosa joven morena, de alta estatura, admirablemente formada, desnudos los brazos, escotada y sonriendo con expresión soñadora. Ni un rasgo de la mujer del teatro de San Francisco. Había pues, á no dudar, error de persona.
Tú, más loco que nunca pasabas las noches jugando en el círculo y los días en las carreras, y yo, abandonada por el hombre á quien amaba, vivía entregada sin defensa á las inspiraciones violentas de mi carácter. En aquellos momentos peligrosos para mí conocí á Juana Baud. Quería hacerse cantante y me rogó que le ayudase á rectificar su mala pronunciación italiana.
Era morena, de facciones regulares, magníficos ojos negros y boca algo grande con unos dientes como perlas. Una mañana desapareció y no se ha vuelto á oir hablar de ella sino con el nombre de Jenny Hawkins, que suena infinitamente mejor que Juana Baud ó Baudier. Los ingleses la creen compatriota y eso les halaga. ¿Cuánto tiempo hace que se marchó? Debe hacer unos tres años.
Si en aquel minuto hubiera tenido el valor de retroceder, estaba salvado. Mi unión con Lea hubiera cesado por la fuerza misma da las cosas; no tenía más que decir una palabra á Juana Baud para romper con ella. Hubiera vuelto á mi casa y la vida de familia me hubiera regenerado. ¿Pero cómo había yo de tomar una resolución tan cuerda?
Tragomer recordaba que lo único que se podía reconocer en la cara destruída de la muerta era una boca que dibujaba con sus blancos dientes una sonrisa siniestra. Juana Baud tenía la misma boca que Lea Peralli. ¿Quiere usted, dijo Tragomer, confiarme esta fotografía? Me haría usted un buen servicio. Me comprometo á devolvérsela á usted antes de dos días.
Palabra del Dia
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