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Así que la doncella se hubo marchado, el duque, en quien los recuerdos del torero despertaron los celos y el mal humor, dijo saliendo al gabinete y tendiéndose groseramente en el sofá: Parece que esta noche has tenido media juerga. ¿Quién ha estado aquí? Amparo dirigió la vista a la licorera, donde el duque la tenía posada. Pues han estado Socorro y Nati hasta cerca de las tres. ¿Nadie más?

Amor y celos hacen discretos nos ofrecen un aticismo acabado en su exposición, frases de una gracia inimitable y un espíritu de observación, poco común al representar los estados más íntimos y diversos del alma. Llama también esta comedia nuestra atención porque guarda escrupulosamente las tres unidades de lugar, de tiempo y de acción.

Y fue que don Baltasar de Peralta, no porque mi madre se hubiese casado había matado, o por lo menos sujetado a los preceptos de la virtud, de la religión y de la honra, que en son unos mismos, aquel su amor tirano y voluntarioso que a mi madre había tenido y tenía, sino que muy contrariamente, dejó a la rabia y a los celos, sin intentar siquiera combatir con ellos, que este amor aumentasen; no dejaba la ida por la venida a la calle del Hombre de Piedra, y pasaba en ella, oculto por una esquina, o embebido en el hueco de una puerta, luengas horas, particularmente de noche, ansiando ver a aquella que era la agonía de su vida, la desesperación de su alma y el sujeto de todos sus pensamientos.

«¿Por qué se le había ido la lengua delante del Magistral?». «No podía explicárselo, los celos, si así podían llamarse, le habían hecho hablar alto. Por lo demás, él despreciaba a la rubia lúbrica en el fondo del alma... y sólo en un momento de exaltación... de la mente, había podido...».

Luego, más tarde, no se contentaba con el placer de confundirme, sino que le gustaba darme celos. Yo estaba enamorado. ¿Enamorado? Realmente no si estaba enamorado, pero que pensaba en Dolorcitas a todas horas, con una mezcla de angustia y de cólera.

Usted ha denunciado a las dos personas que estaban en la casa en el momento de la muerte; pero ¿contra cuál de las dos hay que dirigir las sospechas y las averiguaciones? ¡Ya sería hora de decidirse! ¿Es el Príncipe el culpable? ¿Y por qué habría muerto éste a la infeliz? ¿Por celos?

Luego rió, apoyándose con fuerza en su brazo, tendiendo el rostro hacia él. ¡Tienes celos!... ¡Mi tiburón tiene celos! Sigue hablando. No sabes lo que me gusta oírte. ¡Quéjate!... ¡pégame!... Es la primera vez que veo á un hombre con celos. ¡Ah, los meridionales!... Por algo os adoran las mujeres. Y decía verdad.

Entonces tuvo doña Manolita una ocurrencia algo maliciosa, y que, en su sentir, había de darle mucha luz en sus investigaciones. ¿Por qué no había de embromar a doña Luz, pronosticando que D. Jaime, de quien la fama decía maravillosos encomios, y que era libre y soltero, iba a enamorarse de ella, apenas la viese, con el gustoso asombro de hallar en una villa pequeña tan completo dechado de elegancia, distinción y hermosura? ¿Por qué, al embromar así a doña Luz, con algo que la halagaría, no había de dar solapadamente una broma bastante pesada al Padre, cuyo amor, enmarañado y turbio en el centro de la conciencia, se vendría a aclarar con el reactivo de los celos?

Hállanse en la colección Poesías cómicas, obras póstumas de D. F. Bances Candamo: Madrid, 1722. Tomo I: Quién es quien premia al amor, La restauración de Budha, Duelos de ingenio y fortuna, La Virgen de Guadalupe, La piedra filosofal, Cuál es afecto mayor, lealtad ó sangre ó amor; Por su rey y por su dama, El vengador de los celos.

Hubo momentos en que don Paco hubiera tenido un revólver, acaso, en contravención de todos sus preceptos religiosos y de todas sus sanas filosofías, se hubiera pegado un tiro; pero, afortunadamente, don Paco no gastaba armas de fuego y no llevaba ni pistola ni escopeta en aquella disparatada excursión que estaba haciendo, perseguido por los celos como Orestes por las Furias.