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Pero cuando más embebido andaba en mis pensamientos y planes políticos, y cuando ya estaba próximo a doblar la esquina de la calle, he aquí que siento un brazo que se apoya en el mío y una voz que me dice: ¿Va V. muy lejos? ¡Teresa! Los dos quedamos mudos por algunos instantes; yo contemplándola estupefacto; ella con la cabeza baja y sin abandonar mi brazo. ¿Pero dónde va V. a estas horas?

Esta regla consta, porque debiendo el consiguiente estar incluido en las premisas, si estas son verdaderas debe ser verdadero, y si son falsas falso: ni es otra cosa la conseqüencia, sino la necesaria conexîon con que el consiguiente está embebido en los antecedentes; y no pudiendo una misma proposicion ser verdadera y falsa, tampoco podrá ser falso un consiguiente que está comprehendido en premisas verdaderas, y al contrario.

Sus ojos estaban clavados con ansiosa curiosidad en la puerta del Saladero. Me acordé entonces de las damas del imperio romano, que daban la señal de muerte a los gladiadores, e hice una porción de reflexiones histórico-filosóficas, de las cuales hago gracia a los lectores. Cuando más embebido me hallaba en ellas, escuché una voz cerca que preguntaba: Caballero, ¿sabe V. qué hora es?

Cuando más embebido estaba, dando cuenta de la habilísima intriga que habían urdido para dar un voto de censura al alcalde, Cobo ¡su eterno estripacuentos! acercóse al grupo, y después de escuchar un momento, le atajó diciendo: Vaya, Ramón, no te des tono. Ya sabemos que en el Ayuntamiento no representas nada. González te lleva por las narices adonde le da la gana.

Examinaba embebido las tristes murallas que se elevaban a mil pies de altura, cortadas a pico, por encima de los pinos que lo rodeaban; el cielo cubierto de amenazadoras nubes, y más abajo el valle que se hundía ya en la sombra, cuando oyó de repente que lo llamaban. Un jinete ascendía poco a poco por el camino.

Al pasar por delante de la casa de la niña me detuve y la contemplé un instante casi con indiferencia. Pero cuando más embebido andaba en mis pensamientos y planes políticos, y cuando ya estaba próximo á doblar la esquina de la calle, he aquí que siento un brazo que se apoya en el mío y una voz que me dice: ¿Va V. muy lejos? ¡Teresa!

Será de edad de diez y ocho años: los seis ha estado en Salamanca, aprendiendo las lenguas latina y griega; y, cuando quise que pasase a estudiar otras ciencias, halléle tan embebido en la de la poesía, si es que se puede llamar ciencia, que no es posible hacerle arrostrar la de las leyes, que yo quisiera que estudiara, ni de la reina de todas, la teología.

Embebido en la idea que le halaga, se expresa con facilidad y rapidez, gesticula con viveza, su mirada es sumamente expresiva, su fisonomía juvenil, diríase que ha vuelto á sus veinte y cinco abriles, si algunas canas asomando por un lado del postizo no revelasen traidoramente los trofeos de los años.

Pero cuando más embebido andaba en mis pensamientos y planes políticos, y cuando ya estaba próximo a doblar la esquina de la calle, he aquí que siento un brazo que se apoya en el mío y una voz que me dice: ¿Va V. muy lejos? ¡Teresa! Los dos quedamos mudos por algunos instantes; yo contemplándola estupefacto; ella con la cabeza baja y sin abandonar mi brazo. ¿Pero dónde va V. a estas horas?

Otro es el ilustre novelista D. Benito Pérez Galdós, embebido noche y día en un intenso trabajo literario, aprovechando todos los momentos de la existencia para preparar y escribir sus obras inmortales. Abandonemos, pues, para siempre el romanticismo bohemio, plaga de nuestra literatura, que degrada al escritor y lo pone a merced de los intrigantes políticos y de los especuladores avaros.