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Actualizado: 29 de julio de 2025
Mas el hijo del brigadier era tan dichoso con aquella reconciliación y con la perspectiva de vivir en la misma casa de su hermana, que prefirió creer que también su madrastra se enternecía y se gozaba en tenerle nuevamente por hijo. Cuando más embebido se hallaba en la conversación, sintió que unas manos chiquititas le sujetaban la cabeza por detrás, y se la despeinaban con furia.
Veo dijo Salvador horrorizado que estás tan enfermo de alma como de cuerpo. No me propongas tales monstruosidades. Estás demasiado embebido en los hábitos y en las ideas del guerrillero para pensar razonablemente. Al furor sucedió el abatimiento en la irritable persona de Carlos, y por largo rato no dio señales de vida. Salvador le dijo: Renuncia a toda idea de violencia y asesinato.
A fe mía que tengo hace mucho tiempo fuertes ganas de darte un buen tirón de orejas, y pues me lo aconseja un hombre tan respetable como el conde de Mengis, voy a saborear ese placer. Embebido en estas divagaciones no daba ninguna orden a su lacayo, que las esperaba sombrero en mano, hasta que cansado de aguardar, preguntó: ¿A dónde, señorito?
Embebido en tales desvaríos, y más amante que nunca del cuadro de las flores donde tuvo lugar escena tan halagüeña, volvíme a gozar de su frescura, realzada más en aquel punto con los raudales de mansa luz que la luna, en todo el lleno de su disco, derramaba por entre los festones de verdura que formaba tan florida mansión. ¡Oh querido amigo!
Después de oprimir entre sus brazos los músculos del Apolo ruso, blancos y fuertes, necesitaba quemarse en la llama inmortal que tiembla sobre la frente del Arte, y adoró al músico famoso. Ella, tan solicitada, descendió por primera vez de su altura para buscar al hombre, y con sus insinuaciones amorosas turbó la plácida calma de aquel artista, embebido en el culto del sublime maestro.
Embebido en mis pensamientos me sorprendí varias veces a mí mismo riendo como un pobre de mis propias ideas y moviendo maquinalmente los labios; algún tropezón me recordaba de cuando en cuando que para andar por el empedrado de Madrid no es la mejor circunstancia la de ser poeta ni filósofo; más de una sonrisa maligna, más de un gesto de admiración de los que a mi lado pasaban, me hacía reflexionar que los soliloquios no se deben hacer en público; y no pocos encontrones que, al volver las esquinas, di con quien tan distraída y rápidamente como yo las doblaba, me hicieron conocer que los distraídos no entran en el número de los cuerpos elásticos, y mucho menos de los seres gloriosos e impasibles.
Estaba embebido en estos pensamientos cuando un hombre, con aspecto de criado, se paró ante él y le dijo: ¿Es usted don Martín Zalacaín? El mismo. ¿Quiere usted venir conmigo? Mi señora quiere hablarle. ¿Y quién es la señora de usted? Me ha encargado que le diga que es una amiga de su infancia. ¿Una amiga de mi infancia? Sí.
Si Miguel se hubiera fijado en ella, tal vez habría advertido en sus ojillos inquietos y negros un brillo singular y en sus manos cierto temblor inusitado; pero se hallaba tan embebido en sus pensamientos y habitual melancolía, que nada observó. Dime, Miguel le dijo la joven levantando resueltamente la cabeza, ¿qué piensas hacer cuando te levantes?
Fué tanta multitud la que venia De monos á la muerte de aquel viejo, Que la tierra dò estaba se cubria, Y huye de temor el Melgarejo. Un Indio del Brasil que allí venia, Con sobrado dolor y sobrecejo, Le dice, y embebido en cruda saña: "¿Porqué has muerto al Señor de la montaña?"
Al mismo tiempo vino a su mente un tropel de tristes reflexiones, inspiradas en parte por su lastimoso estado, en parte también por la amargura de los escritores románticos, de los cuales estaba saturado. Mas cuando se hallaba por entero embebido en ellas, he aquí que un caballo, enjaezado y sin jinete, llega y cruza velozmente.
Palabra del Dia
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