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Distraídos en la contemplación de la ribera que teníamos á babor, dejamos el poético pueblecito de Pandacan, doblamos el recodo de las Beatas así llamado, por haber existido en aquel lugar, un piadoso establecimiento de monjas, y no sin trabajos, en los que hubo que emplear el tiguin para evitar los cientos de salientes que forman las revueltas del Pasig, nos pusimos á la altura de la sólida iglesia del pueblo de Santa Ana, teniendo también dentro de nuestro horizonte visible, el remate del torreón de la de Paco.

Padre dice con voz temblorosa, ahogada por la emoción, se me olvidó decir que esta noche hice una penitencia que acaso, por excesiva, pudiera ser un pecado. El joven presbítero levantó los ojos sin comprender bien, expresando una muda interrogación. Me he quemado con una plancha. El confesor permaneció silencioso, mirándola con ojos distraídos. Me he puesto la plancha ardiendo en un brazo...

Advirtió que en vez de las miradas respetuosas y de la cortesía que con él se usaba, comenzaban sus vecinos a adoptar una actitud grosera, haciéndose los distraídos o volviendo la cabeza cuando él pasaba. Al cruzar por delante de algún corrillo, creyó percibir risas comprimidas. ¿Qué le tocaba hacer en este caso?

Tomasa hablaba del niño del zapatero a los buenos señores del cabildo que después del coro se detenían un momento en el jardín. La oían distraídos, hundiendo su mano en la sotana. ¡Todo sea por Dios! ¡Cuánta miseria...! Y unos la daban diez céntimos, otros un real; hasta hubo quien llegó a dar una peseta.

Cantantes incomparables, que ya han desaparecido, ponían en ella transportes de entusiasmo. El auditorio estallaba en aplausos frenéticos. Aquella maravillosa electricidad de la música apasionada, removía como con la mano, la musa de cerebros pesados o de corazones distraídos y comunicaba al más insensible de los espectadores aires de inspirado.

Entraban haciéndose los distraídos, se sentaban un momento en las butacas, gastaban cuatro bromas con los pollos que allí aguardaban correctos, impacientes, con la luenga levita cerrada, abrochándose los guantes los unos a los otros, y al poco rato se retiraban disimuladamente para ir a noticiar a sus familias que aún no había llegado nadie. ¡Ah! ¡Cuántas veces los pollos impacientes de la levita cerrada aguardaron vanamente toda la noche la llegada de sus hermosas parejas!

Un momento se habían encontrado sus ojos con los de Mesía, pero no se habían turbado ni escondido como otras veces; le habían mirado distraídos, sin que ella procurase evitar el contacto de aquellas pupilas cargadas de lascivia y de amor propio irritado, confundido con el deseo. Todos callaban en el balcón mientras la Regenta se alejaba y desaparecía por la calle desierta.

Hizo el acaso que, distraídos bufón y cocinero, pensativos ambos y no habiendo podido verse á distancia á causa de la niebla, se dieran un encontrón formidable. ¡Por mis desdichas! exclamó al sentir el choque el cocinero mayor. ¡Cien legiones de demonios! exclamó el bufón. ¡Tío Manolillo! exclamó el cocinero acercándose á él con ansia ; Dios os envía. Y á vos el diablo, para que me detengáis.

Para calmar su inquietud se sentó en el balcón, tras la verde persiana, siguiendo con distraídos ojos el paso de los escasos transeúntes que atravesaban la plaza.

Cogió una pipa rústica, labrada por un payés en una rama de cerezo, la llenó de tabaco y comenzó a fumar, siguiendo con ojos distraídos el revoloteo de las espirales de humo, cuya azul sutilidad tomaba ante la vela una transparencia irisada. Luego buscó un libro y quiso leer, pero fueron inútiles todos los esfuerzos por concentrar su atención en la lectura.