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Como era costumbre, todos aguardaban en pie al jefe de ella, quien después de saludarles grave y cortésmente, se sentó y les invitó a sentarse con un ademán tan imponente y señorial, que Miguel no pudo menos de sonreír.

Lo mismo decían los que estaban en la antesala, gente menuda, con blusa unos y chaqués raídos otros, todos hombres de fe, que llevaban sus ahorros al santuario de la honradez, y mientras aguardaban el turno cuchicheaban, haciéndose lenguas de sus virtudes.

Luego llegaron doce pajes con el maestresala, para llevarle a comer, que ya los señores le aguardaban. Cogiéronle en medio, y, lleno de pompa y majestad, le llevaron a otra sala, donde estaba puesta una rica mesa con solos cuatro servicios.

El banquero logró conjurarla hábilmente, haciendo entender a los que tenían valores en sus manos, que de nada les serviría arrojarse repentinamente sobre él, pues no salvarían ni un veinticinco por ciento del capital. En cambio, si aguardaban lo recuperarían entero y con su rédito. Su mujer iba a heredar una fortuna inmensa en breve plazo.

Con esto se hallaba ya reunida toda la tertulia y todos aguardaban con impaciencia a la cantatriz anunciada, no sin grandes dudas acerca de su mérito. El mayor Fly se contoneaba en su silla, cerca de las jóvenes, distribuyéndolas miradas tan homicidas como los botonazos de su florete. Sir John tenía fijo su lente en Rita, la cual no lo notaba.

En casa, sin embargo, no le aguardaban grandes recreos: comer con su padre, besar a su hermanita, retozar con los criados en la cocina y salir a paseo en coche: y a cambio de estos gustos, contemplar todo el día el rostro de su madrastra que cada vez le parecía más aborrecible, y sufrir sus reprensiones y desdenes.

Aún había sido ésta más grande al ponerse el buque en marcha. Se creía de regreso a su tierra, después de haber estado junto a la ciudad-esperanza, donde le aguardaban la salud y la riqueza.

En fin, a las doce, que era a la hora que solía hablar con ella, llegué a la puerta; y emparejando, cierra uno de los que me aguardaban por don Diego, con un garrote conmigo, y dame dos palos en las piernas y derríbame en el suelo; y llega el otro, y dame un trasquilón de oreja a oreja y quítanme la capa, y déjanme en el suelo, diciendo: ¡Así pagan los pícaros embustidores mal nacidos!

Eran los barberos y sus servidores, que, una vez terminados los preparativos de la operación, querían empezarla cuanto antes. Algunos tenían tienda abierta en la capital, y deseaban volver pronto á sus establecimientos, donde les aguardaban los clientes. Estos trabajos extraordinarios y patrióticos por orden del gobierno no eran dignos de aprecio, pues se pagaban tarde y mal.

Según dijo quien le vio, dos días antes había salido muy de mañana, con capote militar, por la puerta del Carmen, y se había encaminado a pie hacia una venta próxima, donde le esperaban tres hombres con un caballo. A escape se dirigió el coronel cabecilla a Huarte Araquil, donde le aguardaban el cura Irañeta y Mongelos.