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Presa del mayor terror, don Fabricio huyó, llamando en alta voz al mayordomo y otros sirvientes; pero nadie acudía en su auxilio, y recorrió las galerías dando voces que retumbaban en las bóvedas de la señorial mansión. ¡Antonio, Bernardo, Julio, Gilberto! gritaba, pero nadie quería contestar, y con verdadero pavor bajó, puede decirse que rodó, la escalera, y corrió a llamar al conserje.

Hasta la casa de Marchamalo había envejecido tristemente; se agrietaba su vetustez de ruda construcción, que contaba más de un siglo. El impetuoso don Pablo, en su fiebre de innovaciones, hablaba de echarla abajo y levantar algo grandioso y señorial, que fuese como el castillo de los Dupont, príncipes de la industria. ¡Qué tristeza!

Sañogasta es la casa señorial de los Doria Dávila, enemigos de Facundo, y el gobernador, previendo las consecuencias que el espíritu suspicaz de Facundo deducirá de la fecha y lugar del oficio, lo data en Uanchin, punto distante cuatro leguas. Sabe, empero, Quiroga que es de Sañogasta de donde le escribía Moral, y toda duda queda aclarada.

La comida deslizábase placenteramente. Todos sentían la dulzura del bienestar, la satisfacción de la vida, en aquel comedor, al que daban, el roble tallado y el cuero obscuro de las paredes, una impresión de suntuosidad discreta y señorial. Las grandes piezas del servicio lucían su brillo mate de plata vieja y sólida, trabajada á martillo.

Así fue prosperando, sin que las burlas de la gente de la ciudad le hicieran perder la confianza de aquel rebaño de rústicos que le temían como a la Ley y creían en él como en la Providencia. Un préstamo a un mayorazgo derrochador le hizo dueño del caserón señorial que desde entonces pasó a ser de la familia Brull.

El escritorio de su primo estaba en un caserón antiguo y señorial, todo de piedra obscura, con balcones de hierro retorcido y pomos dorados, y un gran escudo de armas que ocupaba gran parte de la pared entre el primero y segundo piso.

Uno de aquellos visitantes que tanto inquietaban á la servidumbre trasladó sus libros y sus raídos trajes desde una callejuela vecina al Panteón á la vivienda señorial de los Lubimoff, instalándose en ella. Era un joven taciturno, dedicado al estudio de la química, y que no podía volver a su país.

Nunca le había parecido tan grande y majestuoso su parque como en este atardecer de verano; nunca tan blancos los cisnes que se deslizaban, dobles por el reflejo, sobre las aguas muertas; nunca tan señorial el edificio, cuya imagen repetía invertida el verde espejo de los fosos.

Convertido aquél en arrendatario de Belmonte, ocupó hasta su muerte la antigua casa señorial de Munster, habitada ahora por su hijo mayor, á quien dejó encomendado el cultivo de dos granjas y la propiedad de algún ganado y parte del bosque.

El conjunto, a pesar de su irregularidad arquitectónica, no dejaba de ser imponente, y grandes avenidas de hayas, un parque y bosques cruzados por un afluente del Orne, acababan de dar a esta habitación eso que es de uso llamar señorial apariencia.