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Ya se entiende que este edificio había de estar aislado, no empotrado entre casas como los pobres teatros que ahora tenemos, salvo el teatro Real, tan abominablemente feo en lo exterior, que harto bien merece estar empotrado. Construído ya el teatro, sería menester dotarle de toda la maquinaria, decoraciones, trajes y demás riquezas y esplendores que en el de Viena hay y se lucen.

Aquella chica era la doncella de Margarita de Algalia, y como Josefina tenía su servidumbre aparte, lo lógico era que aquella ropa fuese también de la duquesa. Dudó un momento, y atreviéndose por fin, quiso ver resuelta su sospecha. ¿De quién son esos trajes? preguntó a la doncella.

No sólo los trajes, las armas, el peinado y demás adornos de las personas, sino también los edificios y los muebles habrían de ajustarse siempre con la posible exactitud á la época y al país en que se desenvolviese la acción dramática. Únicamente podrían quedar exceptuados de esta regla algunos dramas antiguos en que hay algo de fantástico y de ideal en el lugar y en el tiempo.

Los indios son en grande muchedumbre, Que nunca acabaremos describillos: Difieren en los trajes y costumbre, Y asì se diferencian sus aillos; Subidos en los altos de la cumbre Del cerro, ac

Las costumbres excéntricas pero respetables de la marquesa de C. *, tía de su amiguita Enriqueta, la belleza de la condesa de B. *, los trajes de la duquesa H. *, los escándalos del barón de S. *, un verdadero loco, pero ¡tan fino! ¡tan distinguido!

Le regala trajes para sus hijos, creo que hasta le presta su ropa... ¡Una hija de rey! ¡Una nieta de San Fernando!... Yo soy un viejo soldado de la legitimidad, y no puedo menos de agradecer que... Miguel cortó su protesta con un gesto. Basta: no quería oir más. Y se dirigió á Castro. También lo había visto cerca de la salida del Casino hablando con otra dama.

Sacó a luz algunas anécdotas de su vida, en que no hacía muy honroso papel, y hasta la emprendió con sus trajes y corbatas, no perdonando medio para hacer reir a su costa. Los del Saloncillo sabían de esta carta y esperaban con ansia y fruición el golpe. Al fin la envenenada flecha que tanto temía Gonzalo, vino a clavársele en el corazón.

Con fantásticos y vistosos trajes, naires de la India, montados en el cuello de aquellos gigantescos cuadrúpedos, los iban dirigiendo. Después aparecía lo más espantoso de aquella pompa. Montado en un soberbio alazán de Persia iba un domador de Ormuz, que llevaba a las ancas, en el mismo caballo y casi abrazado con él, un tigre domesticado.

La comida fue divertidísima; Currita tuvo el capricho de mandar preparar a su cocinero un menú; japonés, y todos se sentaron a la mesa con los mismos trajes japoneses con que en diversos grupos y actitudes se habían retratado en la cabaña de Fernandito.

En el agua, cuatro o cinco personas de uno u otro sexo retozan bajo la vigilancia de cuatro maestros nadadores, que están pensando en otra cosa; al pie de la columnata hay una profusión de mesitas de te, rodeadas de bañistas, con trajes de baño y con peinadores, que se han guardado muy bien de remojarse.