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Esta ancianidad se acentuaba bajo adornos extraños que no recordaban ninguna moda: trajes de colorines desteñidos que parecían cortados de un cortinaje viejo y oliendo á casa ruinosa, sombreros monumentales ó turbantes esféricos fabricados con gasas de mosquitero.

Fernandito quería fotografiarlas en ambos grupos y en sus respectivos trajes, para que publicasen luego un gran grabado de ellas en La Ilustración Española y Americana.

Había llegado el general Alaminos á Lucban, y todas las dalagas se ocupaban en el tribunal de Tayabas en hacer preparativos para recibir dignamente al primer magistrado de las islas. Unas cosían banderolas y gallardetes, otras confeccionaban adornos, aquellas limpiaban vajillas, no pocas arreglaban cortinas y damascos, y las más daban la última mano á los trajes y galas que habían de lucir.

Nada más natural. El catecúmeno que se trataba de atraer a la buena senda era no sólo un hombre de raras seducciones personales, sino, lo que es más, el presunto heredero de una gran fortuna, que, por si algo faltaba, disponía también de una corona de marquesa, y no hay que decir, considerados estos graves antecedentes, si sería formidable el despliegue de trajes, gracia, candor, aturdimiento o afectada indiferencia a que se entregaron aquellas adorables señoritas.

Vestía el poderoso comerciante su mejor paño, la dama elegante su mejor seda, y los muchachos artesanos, lo mismo que los hombres del pueblo, ataviados con sus pintorescos trajes salpicaban de vivos colores la masa de la multitud. Movíanse en el aire los abanicos, reflejando en mil rápidos matices la luz del sol, y los millones de lentejuelas irradiaban sus esplendores sobre el negro terciopelo.

A un dramaturgo le basta con escribir al margen de su original la siguiente acotación: «Salón elegante. Es de noche. Fulana y Zutana aparecen por la izquierda y en trajes de baile...» No necesita añadir más; el resto queda encomendado á la diligencia de los comediantes y del director de escena.

Si no recuerdo mal, en La venganza de Tamar, de Tirso, hay damas tapadas, lacayos, mercaderes, genoveses, calle Mayor y todo lo que había en Madrid en tiempo de Felipe III ó de Felipe IV. ¿Cómo, pues, poner en escena La venganza de Tamar con los trajes que se usaban en vida del Rey Profeta?

Mi parroquia es segura y buena: cafés de la Puerta del Sol, comercios antiguos de la calle del Carmen. Hay casa que la tengo cuarenta años; a los dueños de ahora los he conocido niños, y cuando lloraban les hacían miedo amenazándoles con el tío Polo, que se los llevaría en el carro. Entonces tenía más humor y mejores trajes.

Inclinábase el chico a economizar, y tenía una hucha de barro en la cual iba metiendo las monedas de plata y algún centén de oro que le daban sus hermanos cuando venían a Madrid. En la ropa era muy mirado, y gustaba de hacerse trajes baratos y de moda, que cuidaba como a las niñas de sus ojos.

Toda civilización se expresa en trajes, y cada traje indica un sistema de ideas entero. ¿Por qué usamos hoy la barba entera? Por los estudios que se han hecho en estos tiempos sobre la Edad Media; la dirección impresa a la literatura romántica se refleja en la moda. ¿Por qué varía ésta todos los días?