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»¡Escúcheme dijo a mi esposo; escúcheme en nombre de la salvación de su alma! »E inclinando su cabeza al oído del Conde, le dijo algunas palabras que no pudimos entender. »Durante este tiempo el magistrado se acercó lentamente, aunque guardando una respetuosa distancia.

Obraré con prudencia, esté usted tranquilo. Pero es necesario que trate de ver su juego. ¿Y yo, qué debo hacer? Usted debía tratar de saber quién es Jenny Hawkins, de dónde viene, qué hace. Y acaso fuera también conveniente que hablase con algún magistrado de rango elevado de la posibilidad de un error judicial. ¿Conoce usted al fiscal del Supremo?

19 Y viendo sus amos que había salido la esperanza de su ganancia, prendieron a Pablo y a Silas, y los trajeron al foro, ante el magistrado; 20 y presentándolos a los magistrados, dijeron: Estos hombres, siendo judíos, alborotan nuestra ciudad, 21 y predican ritos, los cuales no nos es lícito recibir ni hacer, pues somos romanos.

No, pero castiga el suicidio cuando está probado. Vamos, no tengo suerte con la ley inglesa. Ahora en serio, doctor continuó el magistrado . ¿Cree usted verdaderamente que se trata de una falsa alarma? Le respondo de que la dama en cuestión no ha recibido ni un rasguño. La conozco bien y que está demasiado enamorada de su piel para agujereársela. Pero, ¿y si hubiese sido asesinada?

Nadie podía decirlo, y seguramente jamás llegaría a saberse. ¡De qué manera tan misteriosa ha pasado por la vida! dijo el magistrado. Y tenía un gran corazón. ratificó Vérod. Tampoco aquel desgraciado era perverso. El Emperador ha hecho bien en conmutarle la pena: la muerte debe quedar en las manos de Dios. Viviendo el asesino, se puede esperar su redención. Está redimido.

«Prenderéis a don Juan de Lanuza, y hacedle cortar luego la cabeza», tal era la orden manuscrita de Felipe Segundo. ¿Y quién me condena? había preguntado el Justicia al oír la lectura de la sentencia. El Rey mismo le respondieron. Nadie puede ser mi juez replicó sino Rey y reino juntos en Cortes. Al otro día el primer magistrado de Aragón era degollado por mano de verdugo.

Es un magistrado les había dicho Crespo un día ; un aragonés muy cabal, valiente, gran cazador, muy pundonoroso y gran aficionado de comedias; representa como Carlos Latorre. Sobre todo en el teatro antiguo es lo que hay que ver. Esto era todo lo que las tías sabían del novio que se les preparaba a escondidas.

Mi querido amigo, dijo el magistrado; todo eso es pura novela y no realidad. Usted sueña despierto. Eso pasará. Pero permítame usted decirle que si por una gran casualidad consiguiera reunir pruebas suficientes de lo que dice, podría jactarse de producir una sensación extraordinaria.

La bala de Mesía le había entrado en la vejiga, que estaba llena. Esto lo supieron poco después los médicos, en la casa nueva del Vivero, adonde se trasladó, como se pudo, el cuerpo inerte del digno magistrado. Yacía don Víctor en la misma cama donde meses antes había dormido con el dulce sueño de los niños.

El espíritu de órden, que no es la menor prenda de este benemérito Magistrado, ha presidido á todas las operaciones de su memorable campaña, y no dudamos que cuando las demas atenciones que le rodean le dejen el tiempo necesario para coordinar los materiales preciosos que tiene acopiados, se derramará una gran luz sobre el territorio y las tribus que ha conquistado.