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¡Gracias, señor! ¡Mucho le agradezco sus bondadosas palabras!... Al magistrado no tendría, efectivamente, mucho que decir, ni conseguiría probablemente comunicarle, faltándome las pruebas materiales, mi convicción moral... ¿Y al hombre?

¿Quién es sor Ana? preguntó el magistrado, que había dejado pacientemente a la verbosa señora formular el interrogatorio. Sor Ana Brighton, su antigua maestra inglesa. ¿Dónde está? No . En el sobre estaba el nombre del lugar, un nombre extranjero. ¿Usted tampoco sabe esa dirección? preguntó el juez, volviéndose hacia el Príncipe Alejo. La ignoro, pero... Su ansiedad parecía ir calmándose.

¿Viene usted á comer conmigo? dijo el magistrado á su pariente. , voy á vestirme y me voy con usted. Dejaremos á estos jóvenes hacerse sus confidencias. ¿Á dónde van ustedes? preguntó Tragomer. Al Savoy. Es donde se come mejor. Y más caro. No comerán ustedes mejor que á bordo.

Miraba en torno suyo, extraviada, como ausente; parecía no comprender ni ver. ¿De quién era esta arma? la preguntó el magistrado. Suya. ¿Podía alguien tomarla? ¿Dónde la tenía? Encerrada, escondida. ¿Ve usted dijo otra vez el juez, volviéndose hacia el joven que nada confirma sus acusaciones? ¿Insiste usted en ellas?

No hay duda de que en la misma ignorancia se encuentra respecto á su alma, su actual perversidad y su futuro destino. Me parece, caballeros, que no hay necesidad de proseguir adelante. Ester tomó entonces á Perla y la estrechó entre sus brazos, mirando al viejo magistrado puritano casi con una feroz expresión en los ojos.

Roberto Vérod guardaba silencio, inclinada sobre el pecho la cabeza. Pero volvamos a lo que urge por el momento; ¿no me ha dicho usted que la vio la víspera de su muerte? , por la tarde. ¿En su casa? . ¿Qué le dijo usted?... ¿La habló usted de su amor? Viendo que Vérod vacilaba en contestar, el magistrado insistió: Es necesario, repito, que usted sea sincero.

Frígilis era un estuco: en tratándose de cosas espirituales ya se sabía que no había que contar con él. Ni el verano le sofocaba, ni el invierno le encogía: era un marmolillo. ¡Y a su mujer y al Magistral el estío de Vetusta, aquella tristeza de calles y paseos no les disgustaba!». Iba don Víctor al Casino: ni un alma. Algún magistrado sin vacaciones que jugaba al billar con un mozo de la casa.

26 A vosotros primeramente, Dios, levantando a su Hijo, Jesús, lo envió para que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad. 1 Y hablando ellos al pueblo, sobrevinieron los sacerdotes, y el magistrado del Templo, y los saduceos, 2 resentidos de que enseñasen al pueblo, y anunciasen en el Nombre de Jesús la resurrección de los muertos.

Usted comprenderá repuso el magistrado cuando vio calmarse la angustia de Vérod, la necesidad que me obliga a hacerle ciertas preguntas que le serán dolorosas. Me parece haber comprendido bien el sentimiento en fuerza del cual la Condesa, a juicio de usted, habría permanecido con un hombre con quien ya nada la ligaba.

Calmaos, Sir Oliver, dijo el magistrado. Es muy posible que mi mayordomo y mi cocinero hayan olvidado los ostras ó no hayan podido conseguirlas; pero no hay motivo para desesperarse por tal bicoca. No faltará que comer. ¿Bicoca? ¡Pues me gusta! Una comida sin ostras, sin una miserable almeja. ¿Qué va á ser de ? Nunca me hubierais convidado á vuestra mesa....